19/Apr/2024
Portal, Diario del Estado de México

Inspiración

Fecha de publicación:

“Lester Atkins, Atkins, ¿entiendes?”. En efecto, la señora Grasspool había entendido, pero ya era demasiado tarde: yacía en el oscuro callejón con heridas mortales mientras Lester —nada más que un imbécil, un demente, un enfermo desdentado y envejecido en camiseta, incapaz de comprender lo que hacía— balbuceaba de placer ante las manchas rojas sobre el abrigo blanquísimo. Esa fue la treta: un momento antes habían salido del bar, pero la escritora insistió en prestarle su abrigo blanco con cuello de cordero tibetano, “una joya de mi último viaje a China”, y la señora Grasspool estaba tan mareada por el whisky que no sospechó nada: ¿acaso pensaba regalárselo? ¡No, qué estúpida! Anne había jugado con su debilidad por las pieles después de hacerla beber más de la cuenta en ese bar de San Francisco, donde la citó con el pretexto de rememorar sus buenos tiempos. Pasaron la noche recordando la larga amistad que las unió desde los primeros años en la universidad, los viajes que hicieron juntas por Europa acompañadas de sus difuntos esposos, las pancartas y consignas contra la invasión a Vietnam, los aborígenes australianos de aquella larga travesía: “Hubiera cambiado todo Mozart por un baño decente”. Risas y whisky. La señora Grasspool celebraba que Anne volviera a los vampiros, porque las novelas de ángeles traicionaban su talento: “Todos tus lectores necesitamos un desenlace a la altura de tu mitología vampírica; nos lo debes y te lo debes a ti misma”. Anne asintió: “Volveré a mi vampiro favorito”. Una botella de whisky es mucho para dos ancianas, pero Anne la pidió apenas entró al bar, luego de abrazar a Grasspool: “Amiga querida, estoy feliz de verte; ¿hace cuántos años?”. Pidieron la mesa más discreta para platicar a gusto, lejos del billar y las bocinas. Al salir, Grasspool se dejó llevar por el brazo de Anne, tropezando con sus propios pies. Su amiga le contaba ideas extrañas sobre inspiración, gallinas blancas y fracaso, que apenas escuchaba sumergida en su embriaguez. “Quiero que lo conozcas”, le pareció escuchar que le decía, “es un artista”. “¿A quién?”, preguntó con la mirada medio perdida. “A mi inspiración, a mi Lestat”. Un hombre saltó sobre la vieja Grasspool, a la mitad del callejón; espesos hilos chorreaban de la punzante hoja tras cada embate, mientras Anne Rice llenaba sus ojos de violencia. “Lestat, Lester Atkins, Atkins, ¿entiendes? ¿Entiendes?”. Lester lamía la sangre del suelo y murmuraba incoherencias cuando se extinguió la respiración de Grasspool.

Este cuento forma parte de la antología Invitación al incendio (Grafógrafxs, 2020).

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