Feministas que sufren violencia de género
Por Claudia Elisa y Gabriela Alejandra López Miranda
Integrantes del Círculo Feminista Alaíde Foppa
Recordemos brevemente qué se pone sobre la mesa cuando se habla de violencia de género. Según la ONU la violencia de género hace referencia a los actos dañinos dirigidos contra alguien en razón de su género y si bien las mujeres, niñas y adolescentes no son las únicas que sufren este tipo de violencia, son un sector altamente vulnerable a ella.
Existe todo un discurso social estereotipado que concibe a las mujeres como seres inferiores a los hombres, hay una serie de roles y actividades asignadas exclusivamente a ellas: las labores de cuidado, las tareas del hogar, en contraste existen espacios censurados o poco accesibles: la esfera pública, el trabajo, la ciencia.
Dicha desigualdad no sólo se expresa a nivel discursivo, sino también en la dimensión institucional, bien entrado el siglo veinte las mujeres no tenían derecho al voto, el divorcio no era legal, los asesinatos perpetrados por esposos o novios eran concebidos como crímenes pasionales, la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia se promulgó apenas en 2007. A ello hay que sumarle las prácticas que, al margen de la formalidad, y dentro de las propias instituciones agreden y exponen a mujeres, niñas y adolescentes.
Es decir, hay una serie de condiciones a nivel discursivo, institucional, legal que no sólo permiten, sino propician prácticas perniciosas contra las mujeres. El feminismo es un movimiento político que ha puesto sobre la mesa estos argumentos, que ha luchado porque la desigualdad y la violencia desaparezcan.
Si bien el feminismo representa para todas una red de apoyo y fuerza, éste no puede blindarnos contra la violencia, las propias feministas están/ estamos expuestas a ella. Más aún, es justo de esa exposición, de esa vulnerabilidad, que se nutre la postura feminista. No obstante, en ocasiones eso parece olvidarse.
Pensemos por ejemplo en la difundida frase “amiga date cuenta”, como si las agresiones físicas, psicológicas, sexuales, fueran una feliz elección. Según la ONU, una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia a lo largo de su vida y al menos seis de cada diez mujeres mexicanas ha enfrentado un incidente de violencia.
¿Qué pasa cuando se trata de una mujer que ha asumido la lucha feminista como propia? Aparece un interesante fenómeno: se le juzga por participar del feminismo y, al mismo, tiempo ser ‘incapaz’ de abandonar a su agresor, un trabajo hostil, o enfrentarse al colega que la acosa.
Eso nos llama a estar alertas: si existe toda una estructura que favorece la violencia contra las mujeres, juzgar a quien decide abrazar una causa de justicia, de libertad, de derechos humanos, pero no ha podido en su espacio más próximo lograr esa justicia, esa libertad, o el respecto de sus derechos, es otra forma de violencia: refinada y cruel.