23/Apr/2024
Portal, Diario del Estado de México

EL LIBRO Y SU AUTOR MALDITO

Fecha de publicación:

Negar la existencia de Dios 

será la única salvación del mundo. 

                                                                                              Friedrich Wihelm Nietzsche. 

A partir del momento en que nació el libro impreso, fueron apareciendo paulatinamente en la historia diferentes tipos de volúmenes: científicos, literarios y lingüísticos, de viaje, biografías, libro de texto, libros de gran formato, de referencia o consulta, monografías, recreativos e instructivos; todos para el beneplácito del público, para enriquecer sus conocimientos, para su goce estético, en fin, para cubrir las diversas necesidades de comunicación de escritores y lectores. 

Pero también por medio del libro algunos autores se han servido para refutar toda o casi toda acción designada como “normal”. Y el mismo libro, paradójicamente, no se salva de su repudio en caso de ser el vehículo del “ridículo ego de los literatos”. Surgen así los escritores malditos, transgresores que destruyen el buen nombre del orden establecido, los que rechazan los valores de la sociedad, encabezan provocaciones y son, en fin, irreverentes para con los clichés morales y estéticos; a éstos se les cuelga el nombre de antisociales… o libres —Céline, Genet, Mishima, Poe, Artaud, Rimbaud, Bataille, Baudelaire, Mallarmé, Dickinson, Pessoa, Marqués de Sade. Porque, ¿cuál otra conducta puede esperarse de un ser inteligente que ha sido deshonrado por nacer ignorante de su propia existencia y por vivir sujeto a una representación execrable que pretende borrar la muerte? 

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Henry Miller 

…Yo siempre creía en algo y, 

por eso me metía en líos 

Henry Miller también se añade a esta lista. Paradójico: del desprecio que sentía por su patria, provocó la cálida renovación de la literatura norteamericana. Pero Miller no era un nihilista; aunque maldito sí, por todo lo contrario: él propone una emancipación del cuerpo a través de la filosofía de la inmediatez, del placer y del erotismo, justo lo que es incapaz de sentir quien no ama desesperadamente la vida —como él—, y aborrece, por ello mismo, la pestífera muerte que nutre a las civilizaciones. Él, como su seguidor Charles Bukowski, inventan lenguajes que los salvan del método, de la técnica impuesta, del pensamiento convencional. Ambos, sin miedo a la autoconfesión, se niegan a maquillar las reflexiones, y para ello adoptan una saludable y libertadora terapia por medio de la escritura. 

Prosa fluida y enérgica la de Henry Miller en la que funde obscenidad y espiritualismo, y de un brinco pasa con gran naturalidad del expresionismo más realista al simbolismo más elevado. 

Miller escribía como un poseso en cuartuchos atiborrados de alcohol y sexo, y de ahí sacaba textos feroces, perfumados por una poética de inconformismo y rebeldía. 

Mi familia estaba formada por nórdicos puros, es decir, idiotas. Suyas eran todas las ideas equivocadas que se hayan podido exponer en este mundo. Una de ellas era la doctrina de la limpieza, por no hablar de la probidad. Eran penosamente limpios. Pero por dentro apestaban. […]…ni una sola vez se les ocurrió dar un salto a ciegas en la oscuridad.  Trópico de Capricornio. 

*** 

Cioran 

En sus buenos momentos, el catolicismo fue sanguinario, 

como corresponde a toda religión verdaderamente inspirada. 

Sólo los pueblos crueles tienen ocasión de aproximarse 

a las fuentes mismas de la vida […]. La vida no 

 revela su esencia más que a ojos inyectados en sangre… 

Fernando Savater[1], nos dice que el filósofo y escritor rumano Emil Michel Cioran, es un tenaz agresor del alma dormida del hombre, de esa alma “acurrucada entre acolchados cobertores de dogmas, de consignas, de explicaciones, drogada de noticias y de ese otro beleño, la esperanza, amodorrada de ciencia, convicta y confesa…”[2]. Síntesis que el español elabora certeramente sobre la filosofía de Cioran, uno de los grandes y “negros” pensadores contemporáneos. Ciorán piensa que, quien se dedica profesionalmente a escribir, es un ser “vaciado por su fecundidad, fantasma que ha gastado su sombra, pues el hombre de letras disminuye con cada palabra que escribe. Sólo su vanidad es inagotable; si fuera psicológica tendría límites, los del yo; pero es cósmica o demoníaca”.  Agrega que todo lo que aparece como literatura, él lo mira sacudido por el asco y justamente como un castigo aplicado al humano sentido del humor. Y continúa describiendo al autor: “Charlatán, su manía de parlotear, de adoctrinar, su sabiduría de portera, hacen de él el prototipo, el modelo del literato”. Argumenta, además, que escribir libros adquiere relación con el pecado original, porque un libro intrínsecamente significa una pérdida de inocencia, un acto de violencia que repite, inclemente, nuestra caída. Cioran mismo, que también escribe y publica, nos confiesa que al menos él tiene el atenuante de odiar todos y cada uno de sus actos. 

Así, la vida, la historia, las ideologías, las religiones, el amor y todo lo demás, aparece en sus textos como aberrantes alucinaciones de la gente. Por otro lado, su estilo literario es inimitable: de una prístina precisión, elocuente, lleno de verdades incontrovertibles. Sí, es verdad todo lo que él dice, toda esa basura es cierta, sin discusión alguna… pero también existen otras concepciones diferentes, aun antagónicas, que igualmente resultan incontrovertibles. 

*** 

 

Panero 

…A mi manera quiero ser muchos otros, 

como un ventrílocuo, para no estar tan solo… 

De entre los más jóvenes de estos artistas “malditos”, también de enorme envergadura literaria, está el poeta Leopoldo María Panero. Creador semejante a Henry Miller, en lo que se refiere no sólo de su obra sino de una literatura en sí misma, Panero (Madrid, 1948), más allá de su demencia, de su dipsomanía y de su rebeldía blasfema, es un poeta culto de quien no pocos críticos lo consideran una reliquia póstuma del vidente, es decir, del hombre de una irrefutable lucidez.  Esquizofrénico —la locura, como la declara Blake, conduce a la sabiduría—, la mayor parte de su vida ha transcurrido, por voluntad propia, dentro de sanatorios para enfermos mentales. Como tantos descendientes de prohombres del régimen franquista, él camina por la izquierda radical. A pesar de ello y por encima de su “malditismo”, ha sido el primer miembro de su generación en incorporarse a la nómina de clásicos de la editorial española Cátedra, el primero en contar con una espléndida biografía de J. Benito Fernández, El contorno del abismo, e insertarse en la historia de la literatura, de las antologías y de los programas académicos. 

Entre otras cosas importantes, asegura que no existe “la autoría”, sólo los poemas. Al revés de Musil, piensa que no es que seamos hombres sin cualidades, sino cualidades sin hombre. Sus maestros titulares han sido Ezra Pound —al cual considera la figura poética más importante del siglo XX—, James Joyce, Samuel Beckett… Para ampliar esta brevísima semblanza diremos que considera a la literatura como un sistema de citas, una conversación interminable de diferentes autores y culturas; para él, el mundo es un texto gigantesco y quienes escriben, sus comentaristas. Y en lo que se refiere a los libros ha mencionado que éstos se remiten unos a otros de manera infinita, como las palabras de un diccionario que de un término conducen a otro y a otro en una secuencia sin fin. Así, cada poesía es la entrada progresiva a un laberinto donde aparecen infinidades de poemas hasta que uno olvida el punto de partida. 

Su gran pasión es la poesía norteamericana moderna, pero en la línea de Poe, que representa el ejercicio poético riguroso y esteticista. Whitman, en cambio, no le gusta por sus líneas que le parecen prosaicas. Le interesa muchísimo la filosofía, concretamente desde Spinoza hasta el neopositivismo y la Escuela de Frankfurt; y también es un adepto a la estética, a las matemáticas y a la historia de las religiones. 

Cuando se le ha pedido que hable de la locura y de su encierro, Leopoldo María contesta que él no sabe qué pueda ser la locura, que quizá sea una defensa para seguir soñando, (o tal vez —decimos nosotros— el reclamo más apasionado por el derecho a la fantasía). En cambio, piensa que la psiquiatría es una farsa, un delirio. ¿Por qué todo ese estigma sobre el inconsciente, cuando lo verdaderamente bestial es la conciencia y no al revés? Esto cualquiera puede sentirlo si tiene el mínimo olfato para aspirar la mierda que inunda al mundo. 

 Lo llaman “Pertur”, Pertubado, entre otras cosas por ser un apátrida (“España es un país de pesadilla”). Es un vidente riguroso de la escuela de Rimbaud, y no un “profeta” estridente y banal, como son muchos poetas tributarios de Whitman. Panero, asegura que uno realiza el acto de escribir para ser escuchado. Y añade que toda ficción digna de iluminar o transfigurar una realidad, debe tener una cierta residencia en ella, porque todo, finalmente, lleva en sí un germen mimético. 

Leopoldo María Panero, integrante de una familia acomodada e intelectual, pero también desmembrada, autoritaria y en donde la figura de su padre pesa aún con su ausencia, aprende de Poe, Lovecraft, Nerval y Ambrose Bierce, los procedimientos técnicos necesarios para causar inquietud, e incluso horrorizar y escandalizar… claro, únicamente a aquellos hundidos en el lodo de la mentira instituida. 

El enemigo es el hombre 

y soy 

                                          pastor del excremento 

                                                   señor único de la nada 

                                                                 rey del viento 

                              página en que ladra un perro.                                                                

                                        Leopoldo María Panero Blanc 

***  

Todos ellos, son los supuestos transgresores de “la realidad” por arrancar la máscara inarticulada y sin mácula y dejar descubierto el rostro de gestos descompuestos por la tristeza o por la angustia, de cicatrices, o de heridas que no pueden cerrarse, con lo que nos ofrecen el consuelo de no sabernos ni distintos ni ajenos —acompañados en el miedo nuestro de cada día—, de atenuar la soledad…, de por lo menos reconocer lo que somos sin escamotearnos nuestra deformidad originaria. Ellos, los malditos, saben, y nos hacen saber, que atrás de esa mirada oscura florece la verdadera belleza de lo humano. 

Delfina Careaga 

***  

(Foto 1: copy of the Gutenberg Bible owned by the US Library of Congress )  

(Foto 2: web)  

(Foto 3: https://www.counter-currents.com )  

(Foto 4: web)  

(Foto 5: Archivo) 

Tags: en Opinión
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