Daniel Cortez
Respiro un diferente ambiente, la paz ha tomado nuevamente los sentidos, mis pies son el ánimo para continuar el paso aún con todo y los raspones que he adquirido en las caídas por andar corriendo. La brisa de estos días, ha conseguido limpiar el estigma de las cicatrices que dejaron las llagas marcadas por el reloj desde que nací, de algún modo mi sangre se resignó a sentirse tibia, y está hirviendo con la fuerza necesaria para comenzar a sonreír.
Si he de hablar con la verdad, en muchas ocasiones dejé que la pasión se apagará al sentir como el agua se volvía invierno, omitiendo que para vivir hay que dejarse llevar por todos los sentimientos, tener presente que llorar cura el momento y que reír sirve para lo mismo, es así que me fui condenando al infierno donde intente existir marchitando primaveras con un gélido suspiro.
Abandone las estaciones donde los trenes tenían aún lugar para este lúgubre pasajero, que con boleto en mano dejaba pasar el vagón. Sin embargo, no me catalogo ni bueno, ni malo, ni tonto, ni sabio; a tiempo estoy recordando que para llegar a la explosión de un día soleado debo vivir las resacas de las tardes de lluvia, que para disfrutar el ciclo de la vida me entrego a mis fragmentos y así puedo entender el valor de lo escarlata en mis venas.
Regreso a ser el eco que vive de ilusiones, permitiendo a mis labios ser libres de poder expresarse al límite de las emociones; en un arrebato seducir flores, dejarme llevar por el veneno que vierten al tacto y confundirme en el aroma al percibir los perfumes que tocan el alma, descubrir palpitaciones en el motor que mueve mis manos, consintiendo que su voz encuentre esa ventana que hace algunos años hice por si hay que regresar. Es entonces cuando me doy cuenta, que la vida no es perfecta, sólo es, como debe de ser.
