Los trabajadores sanitizadores encargados de hacer prevalecer la desinfección de las calles y los establecimientos del Municipio, son personajes infestados de valentía y coraje por salir adelante día a día. Sus familias, por supuesto, son en muchas ocasiones el principal incentivo para portar diariamente el tyvek que los protege y ellos a su vez, aportar un grano de arena para el cuidado de los habitantes.
Aranxa Solleiro
A pesar de que la Organización Mundial de la Salud mencionó en anteriores días que “la pulverización de desinfectantes puede ocasionar riesgos para los ojos, irritación respiratoria que puede conllevar a desarrollar asma o irritación de la piel y los efectos para la salud resultantes”. Puntualizaron también que “tampoco se recomienda rociar o fumigar espacios al aire libre, como calles o mercados, para matar el virus Covid-19 u otros patógenos porque el desinfectante es inactivado por la suciedad y los escombros y no es posible limpiar y eliminar manualmente toda la materia orgánica de tales espacios.”
Sin embargo, la escasez de oportunidades laborales han presionado a varios para aceptar trabajo aun cuando estos atenten con su salud. Su salario varía entre los 3 mil a 4 mil pesos al mes, ganando en promedio 27 pesos por hora, por lo que el posible daño a la salud, no es igualitario al porcentaje de remuneración.
A pesar de ello, por lo menos tres veces a la semana se les percibe en las calles principales de la ciudad para “eliminar” posibles residuos de Covid-19, ya que para el gobierno sigue siendo una herramienta que mitigue los contagios pululantes en la población.
Jorge Romero (28 años)
Desde las 7:30 de la mañana empezamos la jornada, iniciamos primero por la periferia del centro y ya posteriormente nos vamos a las zonas con más posibilidad de aglomeración de las personas. Estamos hasta la una o tal vez las dos de la tarde y es necesario traer el equipo necesario para protegernos, es el tyvek, los lentes en zonas de más riesgo y el cubrebocas. Yo apenas inicié hace un mes y medio, me quedé sin trabajo y la verdad es que necesitaba algo para comer y para mi mujer que está embarazada. Afortunadamente ninguno de los dos se ha enfermado, sobre todo yo que estoy en contacto con áreas donde puede haber más riesgo, pero antes de llegar a mi casa, guardo en una bolsa mi equipo y limpio bien mis manos, mi cara y mis zapatos. Al llegar, me meto a bañar, lavo mi ropa y ya estoy más tranquilo.
Nos dividen por zonas, cada brigada tiene al menos diez compañeros y así nos vamos echando la mano para que terminemos pronto. Hasta el momento hemos tenido respeto de la gente, pero sé de algunos amigos que hasta les han aventado cosas para prohibirles que rocíen el sanitizante o simplemente cierran la calle para no dejarnos pasar. Siguen pensando que los vamos a rosear el virus.
Como alternativas en diversas ciudades de la República, se han instalado filtros que sirven como sanitizadores, los cuales son manejados por robots o sensores que identifican el movimiento de las personas y rosean químicos, que hasta el momento, no se tiene el conocimiento certero de qué tipo de productos son, no obstante la mayoría se componen de alcohol, agua oxigenada, propelente (n-butano, propano, isobutano), amina orgánica y cloro.
Más allá de las rutinas intensas de trabajo por parte de sanitizadores, la limpieza, la permanencia en casa, el cuidado personal y la poca confluencia en espacios con limitada conglomeración social, serán hasta el momento de la producción de cualquier posible cura, la mejor forma de evitar contagios.
(Foto: Aranxa Solleiro)
