Intermezzo
Que en mi sangre corra el café que compartíamos entre silencios y abrazos espirituales de tu alma y la mía. -AAS
Caminando entre calles desérticas a media tarde, justo cuando el calor comienza a descender en la ciudad y su frío se despoja de las montañas que la rodean, mis pies me llevaron sin quererlo a un lugarcito relativamente cercano –en sentimiento- a mi habitación, era un café tan pequeño y encantador, que me pedía a gritos entrar, sentarme, sacar mi libreta, mi bolígrafo y escribir estas palabras.
Entre las calles Mariano Matamoros y Ramón Corona se encuentra Intermezzo, un diminuto café atendido por sus propios dueños. Desde que llegué de mi estancia en Dublín, me di a la tarea de visitar sino todos, por lo menos la mayoría de los cafés que se encuentran alrededor del centro de la ciudad, desde hace un tiempo atrás, había escuchado hablar de este establecimiento, sin embargo no me había dado el tiempo de buscarlo y por supuesto, disfrutarlo suavemente, porque las mejores cosas en la vida se deben de hacer con la tranquilidad adecuada para vivirlas enteramente, de lo contrario solo seríamos una especie de fantasmas que se desplazan de un lugar a otro por simple intuición, es ahí donde radica la verdadera esencia de un viajero a la de un turista cualquiera.
Intermezzo deriva de una palabra proveniente de la lengua italiana, su significado tiene que ver con la música, literalmente quiere decir “interludio”, era antiguamente aplicado a la música intercalada en una obra de teatro, en una ópera o para un episodio contrastante en medio de un movimiento instrumental. En fin, si lo describo en mis palabras, el sitio es una analogía entre un respiro musical –aunque no tenga melodía- en medio de un caótico ir y venir citadino en el que muy pocas veces te tomas un tiempo para respirar.
Cuando abres la puerta, lo primero que penetra el cerebro con delicadeza, es el fascinante y muchas veces gozoso olor a café, inmediatamente después de eso te suplica sentarte en una de sus tres mesas, una se encuentra en la parte de afuera y las otras dos adentro, la primera y más grande tiene un estilo de sillón en donde caben perfectamente dos personas y una mesa larga para que no exista conflicto a la hora de poner las bebidas y los platos con el alimento que se te antoje. Evidentemente, es ideal para cualquier pareja enamorada o para amigos que desean impetuosamente charlar sobre sus mejores vivencias durante el día o compartir incluso hasta ideas exitosas de emprendimiento alguno. Y para darle un toque más europeo, en el ventanal se encuentra una barra en donde puedes pasar horas disfrutando tu bebida.
En la parte de enfrente está la otra mesa, solamente para tres personas que provoca sentirte en un café de París donde Dalí en sus buenos años acostumbraba sentarse. Al fondo, se encuentra un mostrador en el cual se exhiben los deliciosos y perfectamente esponjosos pasteles, hechos todos artesanalmente. Hay distintos sabores cada día, por lo que su frescura es innegable y su sabor es una puerta que transporta al cielo, por muy romántico que se lea. Aquel jueves, probé una rebanada de pastel de zanahoria, el cual vale cada peso que pagas por él, su textura, su crema y su sabor exquisito, provoca una fiesta de sensaciones llenas de felicidad en la boca. El cappuccino grande, que es por fin con un tamaño decente y adecuado a comparación de tantos otros cafés y una variedad fantástica de bebidas, en las que destaca el chocolate y el matcha que muy pocas veces se encuentra tan puro y delicioso como aquí.
También, cuenta con una carta sumamente misericordiosa para el paladar de los que llegan hambrientos, que van desde unas enchiladas de mole en el desayuno, hasta sándwiches suculentos en la merienda. Intermezzo fue para mí un abrazo a mi memoria Dubliner, mis días fríos en el Bitter Sweet Café y mi libro de James Joyce siempre a la mano para sentirme ad hoc al lugar. No obstante, esta vez lo cambié por José Emilio Pacheco y un poco de sol mexicano que afortunadamente tenemos más días acá.
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