Daniel Cortez
La pasión me toma por sorpresa, tus labios rosados son el éxtasis perfecto en la cadena de besos que rasgan la piel, mi almohada que de algún modo tiende a tocar mis sueños, es testigo de cómo nuestras manos se entrelazan, de cómo cautivas mis oídos con el respirar agitado, y de cómo, con un poco de saliva impregnas de ti el lugar.
Me abrasas, arde el territorio donde nuestros cuerpos se posan mientras tus brazos cubren mi cuello, tu pecho encadenado a mis palmas perciben el sudor que marca el fuego, mis ojos me encarcelan a tu figura. Este calor debería ser perpetuo mientras te suspiro, no sé si mi cabeza sigue perdida en polvo de estrellas que dejaron tus labios en mi lengua, no sé si este vaivén fricciona los sentimientos, sé que no estoy soñando y que la emoción se eriza al tacto.
La dulce brisa me lleva a tus brillantes ojos perdidos en la luz de la luna, a tus gestos llenos de placer encantando mi deseo, me pongo a tu espalda, descubro un símbolo marcado su fin y exploro todos los rincones que me ofrece tu templo, ¿Qué hago con esa sensación cálida de respirar tu aroma? Si al renacer en el ritmo dejamos rocío esparcido en algunas partes de nuestros cuerpos, en mis labios, en esa zona donde tus pliegues representan su naturaleza…
Explota un gemido extenso cuando apretujamos los cuerpos en la eternidad de esta cruzada, contemplo tu sonrisa, encuentro el campo de batalla destendido, existen pruebas para acusarnos de algún crimen si es que la humedad contara como un delito, porque estuvimos bebiendo mares seducidos por el deseo y creo saber… más bien, estoy seguro, que aún conservas en tus manos, las llagas de las cenizas de aquel fuego.
