Eric Rosas
Diamantes ocultos
Ha concluido el primer tercio de las campañas presidenciales de México y en lo correspondiente a la ciencia y la tecnología en realidad ninguno de los tres aspirantes ha ofrecido propuestas viables o concretas; bosquejado siquiera las políticas públicas que implementarían en estas materias para el caso en que llegasen a ser electos para ocupar la titularidad del Poder Ejecutivo Federal; ni mucho menos mostrado la más mínima apertura o acercamiento hacia la comunidad académica y científica del país, que ha sido tan maltratada durante el sexenio que concluirá el último día de septiembre, y que quedará manchado por incontables agravios, como: la ilegal extinción de los fideicomisos para la ciencia y la tecnología; la reducción abismal en el número de becas para estudios de posgrado en México y en el extranjero; la conversión del Sistema Nacional de Investigadores en un programa clientelar al servicio de la actual administración; o la estigmatización del científico como un personaje malvado y carente de empatía con la ciudadanía.
Como sucede típicamente en el ámbito político, los grupos que se forman alrededor de los candidatos en turno tienen intereses particulares que no necesariamente empatan con los del grueso de las bases de las distintas comunidades. Un ejemplo de esto es lo que se pudo apreciar en la ocasión del foro “¡Sin miedo al conocimiento!” que le organizaron a la ingeniera Xóchitl Gálvez hace un par de semanas. Dicho espacio fue compartido con muy distinguidas personalidades de la ciencia para quienes el reconocimiento a sus logros profesionales es inobjetable, pero cuya perspectiva de la realidad del entorno científico y tecnológico nacional está naturalmente sesgada y por lo tanto sus opiniones difícilmente reflejan aquéllas que podrían brindar los científicos, docentes, investigadores y estudiantes de a pie.
En entendible que los currículos más abultados sean siempre beneficiados con la deferencia de los equipos de campaña, porque se sabe que en la academia es este tipo liderazgo profesional el que priva por sobre cualquier otro. La gente de la academia y la investigación respeta al colega por el talento demostrado, el trabajo realizado y los resultados obtenidos a lo largo de su carrera científica. Quien más disciplina mantiene en sus actividades o mayor brillantez demuestra en la generación de ideas, naturalmente es reconocido, respetado y seguido por sus pares e igualmente atrae a un número considerable de pupilos. En parte, este ha sido el esquema jerárquico que se ha visto favorecido y hasta incentivado en México durante más de medio siglo; dando como resultado una pirámide en cuya cima se encuentran unos cuantos, pero a la que prácticamente resulta imposible acceder desde las profundas bases atiborradas de estudiantes e investigadores jóvenes.
Tal política debe —cuando menos— balancearse con otra enfocada en el desarrollo de un mayor número de científicos y tecnólogos jóvenes; que refresquen sus disciplinas con ideas y visiones nuevas. Será vital que los contendientes por la presidencia de México se aproximen a esa comunidad académica olvidada; que vayan a las universidades a platicar con los profesores e investigadores para que conozcan sus propuestas en sus áreas respectivas; sepan de las problemáticas que les aquejan; de los lastres burocráticos que les imponen los programas gubernamentales de financiamiento a los proyectos científicos y de desarrollo tecnológico; escuchen las necesidades concretas y muy apremiantes que tienen los profesores investigadores y sus estudiantes en las instituciones de educación superior alejadas de los grandes polos de desarrollo del país.
Elaborar una política pública para ciencia y tecnología sólo con base en lo que pueda expresar un reducido número de científicos consolidados y merecidamente encumbrados en el entorno internacional, hará que los limitados recursos para la ciencia y la tecnología en México sigan siendo acaparados en la cima de la pirámide y jamás desciendan hasta su base; desatendiéndose así la urgente necesidad de sacar a la superficie a aquellos diamantes que México tiene en abundancia.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
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