Eric Rosas
Mutis ante Otis
Hace décadas que se sabe que la Tierra ha venido aumentando su temperatura promedio de manera inusual y acelerada. Desde su primer informe, el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC, por Inter-Governmental Panel for Climate Change) instaurado por la Organización de las Naciones Unidas e integrado por un conjunto de expertos en diversas disciplinas relacionadas con el clima terrestre, dejó claro que este incremento en la temperatura media anual podría conducir a la humanidad a su propia destrucción.
Desde la Revolución Industrial, cuando el consumo de los combustibles fósiles se disparó al pasar de las pequeñas cantidades de carbón que se usaban para calentar los alimentos y las viviendas en los inviernos, a las enormes porciones que se requirieron después para alimentar las nuevas máquinas de vapor, la temperatura ambiental promedio de nuestro planeta ha aumentado sostenidamente debido al imparable abuso de la energía química que almacenan los hidrocarburos de los que están hechos los combustibles fósiles, principales generadores de los gases de efecto invernadero, pero nunca antes este calentamiento había estado tan cerca de rebasar el grado y medio Celsius por encima del promedio de la era preindustrial.
En informes anteriores el IPCC había establecido a este grado y medio Celsius de calentamiento sobre el promedio preindustrial como el límite que debía evitar superarse a como diera lugar; sin embargo, en su más reciente reporte, este grupo de expertos aceptó que muy probablemente este umbral será cruzado incluso antes de que finalice la presente década. Y sentenció que la única manera de detener dicha tendencia era que la humanidad finalmente tomara cartas en el asunto y comenzara a actuar apresuradamente como debió haberlo hecho hace tiempo.
No obstante estas conclusiones, que están basadas en estudios científicos, los gobiernos de los distintos países han continuado con las prácticas nocivas que nos han traído hasta este punto sin aparente retorno. En México, por ejemplo, hemos visto cómo se ha talado la selva Maya para construir un tren a diésel; arrasado con manglares para construir una refinería en el Golfo de México al mismo tiempo que se detienen injustificadamente numerosos proyectos de generación de energía limpia, como la solar; o deforestado incontables hectáreas de maderas finas bajo el programa de Sembrando Vida. Pero en otras latitudes las acciones en contra de la salud del ecosistema terrestre son iguales o aun más agresivas y dañinas; basta recordar las quemazones de hace unos años que sufrió la amazonia; o la desolación que dejan las enormes minas de tierras raras en diversas regiones de China.
El tiempo se ha agotado y todo indica que la humanidad pronto será víctima de sí misma y de las decisiones de sus “líderes”. Lo experimentado hace unos días en la bahía de Acapulco con el azote del huracán Otis apenas ha sido la punta del iceberg en la serie de calamidades que habremos de afrontar con una frecuencia cada vez mayor. El meteoro creció en intensidad vertiginosamente, como ningún predecesor lo había hecho; sus rachas de viento llegaron a superar los 330 kilómetros por hora (kmph) y mantuvo vientos de 270 kmph durante horas. Todo esto fue posible porque la atmósfera terrestre ahora puede proveer inmensas cantidades del aire caliente con el que se alimentan a los ciclones. Pero aún a pesar de esta última advertencia que nos ha dado la naturaleza, los gobernantes en México y en el mundo parecen negarse a detener la destrucción del planeta.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
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