Eric Rosas
El miércoles de la semana pasada la LXI Legislatura de la Cámara de Diputados del Estado de México recibió la iniciativa enviada por la profesora Delfina Gómez Álvarez, gobernadora electa para el periodo 2023-2029, para adecuar la Ley Orgánica de la Administración Pública Estatal conforme a la visión que ella tiene para implementar efectivamente su Plan de Gobierno para el sexenio por iniciar. En esta propuesta de modificación se observaron algunos cambios, como la creación de la Secretaría del Agua o la modificación del nombre de la actual Secretaría de Desarrollo Social, pero pasó casi desapercibido el traslado mediante el que el Consejo Mexiquense de Ciencia y Tecnología (COMECyT) pasaría de la Secretaría de Finanzas bajo la que actualmente se encuentra, a la Secretaría de Educación.
Aunque en la cámara local de representantes populares surgieron algunas voces que se pronunciaron en contra de este traslado y la discusión acerca de la propuesta entregada por la próxima primera mandataria mexiquense, es muy probable que al final el COMECyT se reintegre a la secretaría de la que también ha dependido en sexenios pasados; dejando pasar con ello, una oportunidad más para que dicha entidad ocupe el sitio que debería tener dentro de la administración pública estatal.
La ciencia es la actividad humana que busca generar conocimiento con el objetivo primordial de responder a las preguntas fundamentales que tenemos como humanidad desde hace milenios; por ejemplo, ¿qué es la vida?, ¿cómo surgió ésta?, ¿qué es la conciencia?, ¿qué es el universo?, entre otras. Para realizar esta tarea, los investigadores se basan en el método científico, que es un procedimiento sistemático, objetivo y mesurable, que requiere de la observación, el planteamiento de hipótesis, la experimentación, la verificación; y que, como resultado, entrega leyes de carácter predictivo y de validez universal. En este sentido, pensar a la ciencia como un insumo de la educación podría resultar lógico, ya que nuestras cartas magnas federal y estatal establecen la obligatoriedad de nutrir los programas de estudio sólo con conocimientos que cuenten con un probado sustento científico.
Pero por la otra parte, la tecnología es la aplicación del conocimiento —idealmente generado a partir de la metodología descrita— para la solución de problemas concretos; digamos: el diseño genético de alimentos para volverlos más resistentes al ataque de plagas o incrementar su valor nutritivo; la detección a distancia de fugas de agua potable en las tuberías subterráneas; etc. La tecnología también soporta a la innovación, entendida ésta como la creación de productos o servicios con un contenido novedoso sustancial; y es con base en la cultura innovadora que pueden obtenerse las ventajas competitivas imprescindibles para el crecimiento y desarrollo de las empresas, lo que es fundamental para la creación de la riqueza, que sirve como el único motor del bienestar de las personas. Desde esta perspectiva, es claro que el COMECyT debería depender de la Secretaría de Desarrollo Económico.
Sin embargo, la relación entre la ciencia y la tecnología es bidireccional, lo que significa que, a veces, las investigaciones con motivación científica derivan en productos tecnológicos que detonan innovaciones, y en otras ocasiones sucede precisamente en sentido contrario: la investigación que busca mejorar un producto o servicio entrega conocimiento novedoso. Esto indica que el COMECyT debería mantener una relación transversal con toda la administración pública estatal, y no quedar supeditada exclusivamente a alguna de las secretarías.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
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