Eric Rosas
Todo seguiría igual
Desde su promulgación en el sexenio del presidente Vicente Fox Quesada, México ha regido su Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (SNCTI) mediante lo estipulado en una Ley de Ciencia y Tecnología que pretende tratar de la misma manera a la investigación de carácter científico, al desarrollo de tecnología y hasta a la innovación, cuando en realidad éstos tienen muy distintas motivaciones y por ende deberían ser gestionadas por entidades diferentes, aunque coordinadas.
Para no entrar en las muchas definiciones que varios autores han intentado hacer para distinguir a la investigación científica del desarrollo tecnológico y la innovación, simplemente diré aquí que la primera busca contestar aquellas preguntas fundamentales de la existencia humana y del universo en el que existimos; es decir, está motivada por la mera curiosidad de conocer y por ello es una actividad de interés para todos los habitantes del planeta y el conocimiento derivado de ella debe ser puesto al acceso libre de todas las personas. Como ejemplo mencionaré que indagar en qué momento surgió el universo como lo conocemos es hacer ciencia y, aunque probablemente no nos serviría de mucho al inicio saber con exactitud la respuesta a tal cuestión, sí satisfaría —momentáneamente— nuestra curiosidad.
A diferencia de lo anterior, la tecnología es la aplicación del conocimiento para resolver alguna problemática o atender cierta necesidad específica, verbigracia, al comprender que nuestro planeta no será eterno, conviene que comencemos a desarrollar naves espaciales que eventualmente puedan transportar a nuestra especie a otro sitio del cosmos. En este caso la motivación ha cambiado, ya no es la curiosidad, sino la necesidad de superar alguna probable consecuencia. Por supuesto que en este ejemplo la tecnología a desarrollar está en el interés de todos, por lo tanto, no debería ser difícil el que las naciones enteras estuvieran de acuerdo en invertir el dinero público para encontrar una solución. Sin embargo, cuando del desarrollo de tecnología se derivan invenciones específicas, entonces aparece la innovación motivada por la creación de un negocio particular, es decir, la generación de riqueza; pensemos, por ejemplo, en el velcro que sustituye a cierres o broches.
Es claro que en el complejo mundo en el que vivimos, ciencia, tecnología e innovación se traslapan y retroalimentan, por ello es que, a veces, se habla de investigación científica aplicada u orientada. No obstante, las naciones deben diferenciar con toda claridad entre estas tres actividades y la mejor forma de hacerlo es a partir de su motivación: curiosidad, necesidad, creación de riqueza. Por ello es que la iniciativa de reforma a la Ley de Ciencia y Tecnología que ha preparado un grupo de legisladores de las fracciones panista, priista y perredista, dejaría a nuestra sociedad y economía sin la verdadera transformación que requiere México.
Para que podamos transitar exitosamente hacia una real posición de socio y aliado en la región norteamericana es necesario encargarle el fomento de la ciencia a una nueva Fundación Mexicana para las Ciencias; el desarrollo de tecnologías de interés nacional a un Sistema Nacional de Institutos de Salud, así como a un Instituto Nacional de Tecnología y Metrología que, sectorizado en la Secretaría de Economía (SE) coordine al Centro Nacional de Metrología y algunos Centros Públicos de Investigación del actual Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología; y crear una Agencia de Fomento a la Innovación también en la SE, para que coloque a la innovación como el eje rector de la política industrial de México.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
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