Eric Rosas
Ahora la SEP
En los menos de cuatro años que lleva en funciones la administración federal actual, muchas de las instituciones del Estado Mexicano han sido prácticamente desmanteladas, como se había prometido por el actual primer mandatario desde hace muchos años, con su ya tristemente célebre frase: “Al diablo con sus instituciones”. En lo que respecta al sector de la educación, la cultura, la ciencia y la tecnología, el patrón ha sido el mismo, pero a un paso vertiginoso. En el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT), por ejemplo, su titular ha vaciado sus prejuicios ideológicos, su ira y resentimiento en contra de la comunidad académica del país. En poco más de tres años, la directora del CONACyT ha causado estragos en la implementación de la política de ciencia y tecnología, provocando que el Sistema de Ciencia y Tecnología de México quede profundamente desarticulado y que millones de jóvenes talentosos hayan visto truncada su esperanza de alcanzar un futuro próspero dentro de un mundo globalizado, en el que sólo la adquisición de competencias podría permitirles acceder a condiciones de vida dignas. Pero con el reciente relevo al frente de la Secretaría de Educación Pública (SEP), estamos por entrar en otro capítulo oscuro de la deconstrucción de una nación, cuyo único capital es su niñez y su juventud.
A unas cuantas horas de la llegada de la nueva secretaria, Leticia Ramírez, y a menos de dos semanas del inicio del próximo ciclo escolar, en la SEP se dio a conocer que los alumnos de una treintena de planteles de cada entidad federativa servirán como conejillos de indias en la implementación del nuevo plan educativo que, en dichos de la propia dependencia, buscará combatir una supuesta cultura colonialista, mercantilista y enfocada a proveer competencias laborales.
Asusta de por sí tal aseveración, pero se vuelve terrorífica cuando se complementa con declaraciones que acusan al actual modelo educativo de transmitir los procesos educativos, científicos, tecnológicos y productivos con la intención de que los pupilos formen parte de un mundo globalizado; señalando lo anterior como si fuese una deficiencia y no —como en realidad es— una verdad inobjetable. Por suerte, en el ciclo inminente tal programa piloto sólo alcanzará a una fracción reducida de los educandos, ya que la imposición de la ideología sobre la educación, la ciencia y la tecnología jamás será benéfica para alguna nación.
Resulta verdaderamente incomprensible que la política educativa de una de las principales economías del orbe, como lo es la mexicana, pueda llegar a basarse en prejuicios arcaicos que ya no se siguen ni siquiera en las naciones que alguna vez intentaron implantar el socialismo. Mientras que en nuestro principal socio comercial se ha anunciado una inyección sin precedentes de recursos públicos para fortalecer programas educativos en ciencia, tecnología, ingenierías y matemáticas, aquí la flamante titular de la SEP inicia su gestión reclamándole a las escuelas del país que legitimen un modelo educativo basado en la ciencia y encaminado a dotar a los estudiantes con las herramientas que necesitan para conseguir un empleo; lo que supone, además, la negación al derecho humano que los mexicanos tenemos a la ciencia y a los beneficios derivados de ésta. Pero lo peor de esta renuencia a desarrollar las competencias técnicas en la niñez y juventud mexicanas es que sólo les asegurará fracaso, frustración y pobreza, pues sin estas herramientas que resultan vitales en el mundo actual y venidero, los mexicanos del futuro serán analfabetos tecnológicos condenados a servir únicamente de mano de obra barata.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
