Daniel Cortez
La ruta definida está llena de diferentes climas, lugares que desarrollan su historia propia en el avanzar de los pies, es la responsabilidad de vivir disfrutando del propio viento que se desgasta en las mejillas, marchita las manos y consume momentos. Las noches se embelesan de dulces palabras, narcóticos que aprendí a consumir en oscuridad, en la soledad de mi cuarto que por costumbre solía alúmbralo con una vela, y esta solía derramar llanto en lágrimas de cera, que a la postre fueron mis llagas hechas calor.
Siempre tomado de la mano de alguna princesa, voy enfrentando los demonios del pasado para no volver a caer, derrochando los propios en besos, caricias, sudores; encontrando un oasis cuando la sequía parece hacernos insensibles. A veces sonrío ante las adversidades a pesar de que las cualidades emocionales se han ido deformando en este andar de posesión fortuita; donde ya no hay lasos, ni premisas, es un sólo escandaloso acto de amistad disfrazado de compañía.
Esta es una declaración de hechos, la verdad de los escritos en esta página que guardo en los latidos y comparto al tacto. Es un signo más de la complicidad que puede haber entre mi libertad y la confianza de no vender humo, en la cual podría decirte que soy una “blanca paloma”, pero estoy claro que no soy un ángel en lo rojo que pudieran contener mis venas; soy el cumulo de huesos, músculos y arterias que dan forma al cuerpo. Estas son mis cartas: un boleto sin retorno a la vida que elegí conjugar en mis días, soy el pasajero fugas de ciertos caminos de ligero libertinaje, donde el compromiso es continuar existiendo, respirando este aire que a veces, sólo a veces, rasga la piel.
