Eric Rosas
Nada quedará
El intento fallido de intimidación en contra de la comunidad científica de México emprendido por la administración federal mediante la imputación de delitos de crimen organizado, lavado de dinero y otros propios de los narcotraficantes o tratantes de personas, detonó entre la comunidad internacional una profunda molestia e indignación. Academias de ciencias de otros países, asociaciones científicas internacionales, instituciones de educación superior públicas y privadas de México y hasta la propia representación de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), se pronunciaron el respaldo de los 31 académicos señalados y levantaron la voz para evidenciar ante el mundo entero la agresión hacia los investigadores mexicanos y su motivación evidentemente alimentada por una ideologización extrema de la cabeza del Consejo Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (CONACyT) y por una enquistada sed de revancha en contra de quienes, hasta hace algunos años, eran sus colegas; pero, además, arropada por las órdenes emanadas desde Palacio Nacional hacia la más burda simulación de una Fiscalía General de la República independiente.
Sin embargo, el estrepitoso fracaso de la andanada de descalificaciones ensayadas contra este grupo de 31 científicos, que en cuestión de horas terminó revirtiéndose hacia sus promotores y desnudando su talante autoritario, vengativo y profundamente anticientífico, sólo ha logrado acrecentar el odio y frustración ante la rotunda realidad: no todo lo que se hizo en el pasado reciente en la ciencia en México ha sido malo ni ha estado impregnado por la corrupción, sino que la inmensa mayoría de las decisiones tomadas y las acciones emprendidas han resultado benéficas para nuestro país y su joven talento. Esto es, quizá, lo que más enojo ha acarreado en quienes se empeñan en señalar faltas en donde no has hay; y lo que les empuja a inventar delitos y actos indignos inexistentes.
Lamentablemente, el revés propinado a la titular del CONACyT tras su vergonzante caso fabricado al acusar a científicos del Foro Consultivo Científico y Tecnológico, ha destapado los más deleznables rasgos del comportamiento humano. En los días recientes esta campaña de estigmatización de la comunidad científica de México ha tomado otro nivel. Se ha acusado en cascada y nuevamente sin el menor sustento, al Coordinador de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Oficina de la Presidencia en la administración pasada, de ser un maquiavélico individuo que vendió la salud de los mexicanos a una empresa biotecnológica transnacional; a más de una decena de centros públicos de investigación (CPIs) de los coordinados por el propio CONACyT, de haber realizado desfalcos constantes al erario a través de las compras simuladas de equipos científicos; y a otros de estos CPIs, uno dedicado al estudio de las matemáticas, y otro a la economía y docencia económicas, de responder a los intereses de una inexistente oposición ideológica al régimen actual. A la par han salido al descubierto los posibles trasfondos para tales señalamientos, como el hecho de que la decena de CPIs acusados participaron en el estudio multidisciplinario que dio origen al primer Dictamen de Impacto Ambiental del proyecto para la construcción del Tren Maya; y en el que contundentemente se recomendó su cancelación por resultar totalmente ecocida. Pero esto parece no importarle al CONACyT, mientras su desprestigio acabe por completo con la ciencia.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
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