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Oquetza, camino a la raíz | Postales


Carla Valdespino Vargas

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Varios años ha. Entré a una tienda de abarrotes. Pedí una paleta de hielo. Le quité la envoltura. Pregunté dónde podía tirarla. Me indicaron el lugar donde había un letrero: Tira la basura en su lugar, no seas indio.

2

Escucho una conversación en el metro de la CDMX. Dos chicas platican sobre una situación que sucedió en su salón de clases; una de ellas dice: Y entonces, la muy indiorante, no supo contestar.

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De nuevo en el metro. Dos chicas platican sobre otra: claro, como ya se vino a la ciudad, ya se le olvidó que es mazahuera, ahora afirma no saber hablarlo. Como se percataron de que yo estaba muy atenta a su conversación, dejaron de hablar en español y continuaron en mazahua.

4

La desindianización en México ha sido lenta y se ha gestado a través de la educación y de políticas indigenistas que hasta la fecha están presentes. El siglo XIX fue contundente en este aspecto, así nos lo cuenta Guillermo Bonfil Batalla en su libro México profundo. Una civilización negada, en el capítulo “La forja de una Nación”, donde analiza las estrategias que los gobiernos decimonónicos fueron implementando para la “desaparición” de la figura del indio. Si bien no hubo exterminios, como sucedió en Canadá, sí existieron leyes contundentes que transformaron comunidades indígenas en comunidades campesinas. La figura del mestizo fue crucial en la forja de la Nación mexicana. Muchos de nosotros somos el resultado exitoso de este proceso.

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Resulta imperioso no olvidar que en siglo XIX varios pueblos indígenas cuestionaron las políticas de Estado (pienso en los ejercicios de leva y mita), como fue el caso de la nación yoreme, nación que experimentó uno de los episodios de desarraigo más lamentables de la historia de nuestro país. Después de someter la rebelión de Cajeme, los yoreme fueron exiliados: fueron obligados a trasladarse a Yucatán para trabajar en las haciendas henequeneras, cientos murieron. Obtuvieron su libertad en los inicios de la Revolución y regresaron a pie a Sonora.

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No es posible pasar por alto el hecho de que la construcción de las naciones se realizó a costa de una serie de genocidios culturales, incluso, exterminio de sectores importantes de la población que no cumplieran con los ideales de civilización, tan solo echemos un vistazo a la historia decimonónica de Japón, sobre todo a la Batalla de Shiroyama, la cual significó el fin de los samuráis y, por tanto, de la era feudal. Mas no llevemos la mirada tan lejos y enfoquémonos en el proceso de desindianización que se vivió en toda América: ¿Recuerdan las noticias de 2020 y 2021 sobre los “orfanatos” de Canadá? Dichos espacios de reclusión funcionaron desde 1863 hasta bien entrado el siglo XXI. Su único objetivo era desligar a los niños de su cultura. Alrededor de seis mil niños murieron en aras de la civilización. Las protestas no se hicieron esperar y las naciones originarias canadienses exigieron justicia.

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Ser trabajadora agrícola es complicado/difícil porque es estar debajo del sol. La paga no es justa, en muchas ocasiones los empleadores no dicen el precio de la jornada, la cual oscila entre 120-130 pesos y es de 6:00 am a 6:00 pm. Las rentas son caras y las viviendas no son seguras ni dignas. Por otro lado, los empleadores niegan el acceso al agua. Las jornaleras, mayoritariamente indígenas, carecen de horarios de comida o apenas dan 15 o 30 minutos, entonces no tienen tiempo de lavarse las manos y de calentar sus alimentos.

 La situación de las trabajadoras agrícolas es muy compleja, ya que sufren violación constante a sus derechos humanos (incluyendo los derechos lingüísticos, pues muchas indígenas no hablan español o inglés). Trabajan sin contrato, prestaciones, sin seguro médico, si mueren por los agroquímicos no hay respaldo de sus empleadores. La salud de las trabajadoras merma por las condiciones laborales. Esta es una realidad histórica, ya que la migración de las comunidades indígenas a los campos del norte data de generaciones atrás, lo que nos indica que este trabajo se hereda.

 

8

Me acerco al libro Los manifiestos sobre la diversidad lingüística, de Yasnaya Aguilar, autora mixe y una de las lingüistas más importantes de México. En las más de doscientas páginas, Aguilar realiza una serie de reflexiones sobre la postura política/social/cultural que se ha tenido a lo largo de la historia de nuestro país, es decir, desde el siglo XIX, con respecto a las lenguas indígenas. Quisiera detenerme en el apartado titulado “La literatura indígena no existe”, en donde crítica y analiza por qué el Estado se ha empeñado en meter en una misma bolsa a todas las lenguas indígenas que se hablan en México. No es posible comparar el yoreme con el purépecha, por ejemplo, ya que pertenecen a sistemas lingüísticos diferentes. En el territorio mexicano se mueven 69 sistemas lingüistas, por lo tanto, no se puede continuar con la dicotomía español-lenguas indígenas. Es el momento de que cada lengua sea reconocida.

9

Este Día Internacional de los Pueblos Indígenas, 9 de agosto de 2024, se centró en “proteger los derechos de los pueblos indígenas en aislamiento voluntario y contacto inicial”. Existen aproximadamente 200 grupos de pueblos indígenas viviendo actualmente en aislamiento voluntario y sin contacto, distribuidos en países como Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, India, Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Perú y Venezuela.

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Recuerdo la canción de Gabino Palomares, “La maldición de la malinche” interpretada por Amparo Ochoa: Pero si llega cansado / Un indio de andar la sierra / Lo humillamos y lo vemos / Como extraño por su tierra.

 Pero si corren en huaraches como Lorena Ramírez, perteneciente a la nación rarámuri, entonces sí estamos orgullosos.

Espacio de reflexión decolonial sobre el mundo mesoamericano y

las naciones indígenas del siglo XXI

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