28/Apr/2024
Portal, Diario del Estado de México

La rebelión buena Onda de José Agustín, una literatura sin complejos

Fecha de publicación:

Leobardo Hernández

Cuenta la leyenda que José Agustín fue “instruido” por Juan José Arreola, tal vez el cuentista más elegante de nuestra literatura después de Rulfo; cuenta la leyenda que Rulfo le llegó a decir al acapulqueño que respetara los árboles (¿saben de qué están hechas las hojas?), y cuenta la leyenda que la literatura era elegante como la de Arreola y respetuosa como la de Rulfo, si atendemos al uso del lenguaje y al dogmatismo literario… y claro, ambos conceptos producto de la censura.

Que lo último que escribí no quite a los dos venerables ancianos su carácter revolucionario: usaron el artificio intelectual para burlar la tremenda rigidez de la idiosincrasia de la época, y aún así fueron criticados por un tiempo. Pero hablemos del carnal que nos trae a estas líneas, y nació el año anterior al fin de la segunda guerra mundial, un 19 de agosto: José Agustín.

A mis 17 añitos jamás-jamás había leído un libro para jóvenes escrito por jóvenes. Encontré de pronto un pequeño libro titulado La tumba, de un tal por cual. Lo leí de peapá durante un viajecito en autobús y me estalló la cabeza con el vértigo, el sinsentido, la dinámica y el estilo innovador, porque apenas lo descubría, de un joven que entonces habrá tenido ya unos 62 años.

No volví a encontrar un libro del sujeto, y los que hallaba eran caros para un estudihambre, pues ya estaba consagrado. Lo topé nuevamente al entrar a la facultad, en la biblioteca me chuté Dos horas de sol y las Ciudades desiertas, que me dejó con el estómago hecho un pozo entre risas que se van convirtiendo en angustia y en cierta nostalgia no sé de qué, como sucede al personaje principal que no sabe qué ni cuándo ni cómo con su perseguida Susana.

No me detengo en la trama o la interpretación de la novela. Basta decir que la constante pérdida del protagonista de sí mismo en Estados Unidos nos da una sensación de lo inhóspito que puede ser uno en sí mismo como en tierra ajena tratando de anclarse en el idilio inalcanzable. La metáfora va mucho más allá de lo personal, estruja igualmente al considerar el estatus sociocultural y la relación Mex-USA… tan simple y complejo como el nombre del autor.

En Dos horas de sol José Agustín nos regala un episodio humano humorístico, sarcástico y terrible del quehacer periodístico, de las relaciones humanas, del paraíso perdido y, de nuevo, de la luchamor entre gringolandia y México. Y eso es la superficie; yendo a la entraña, parece que el autor ha descrito la eterna realidad de México reflejada en Acapulco, donde transcurre la historia, un lugar devastado dos veces: el huracán y un alcalde siniestro, un desgobierno y la perturbadora vida gozosa del exceso.

Se podrían escribir páginas y páginas acerca de las páginas y páginas legadas por José Agustín, y la contundente conclusión es una: en la época en que este país vivía la “dictadura perfecta” (término acuñado por Vargas Llosa, que ahora se siente de la realeza), el guerrerense tomó su bolígrafo con desparpajo y criticó y criticó, mordaz y divertido, el sistema sociocultural fantástico y desgarrador.

Inicié hablando de La tumba porque este, su primer libro, que entre obras de autores como Parménides García Saldaña (menos famoso, pero no menos genial), dio un vuelco a la tradición literaria mexicana: la acuñada como literatura de La Onda, que no fue un movimiento anunciado en un manifiesto, sino que nació naturalmente de la búsqueda de libertad, de la radicalidad, de la consciencia de la inconsciencia y del hecho inherente al ser humano que debería prevalecer siempre: el deseo.

La vasta obra de José Agustín agarra episodios de la historia y los vierte en anécdotas que parecen chistes y semejan el placentero dolor de vivir y nada más; revelan la transición estática de la urbanidad que influye en quienes habitan México y detonan el sentimiento universal que se puede comprender aquí y en China.

José Agustín redactó la Tragicomedia Mexicana en más de tres tomos que llevan ese título. Es crítico político sin pretenderlo; es literato sin cacarearlo; es, como me referí a él líneas atrás, un tal por cuál, un sujeto, un genio, un carnal escucha de Malher y de los Teen-Tops; en fin, un chavo de onda que le gusta el rock ’n roll…

Este hombre murió el pasado 16 de enero, ahí nació la leyenda. Y podría hacer un recuento de sus premios, etcétera, pero no le habría gustado… Podría enumerar sus innumerables libros, pero ahora no los recuerdo… Lo único certero es que si ven su nombre bajo un titulo en la pasta de uno de esos instrumentos cargados de futuro expansivo, tómenlo y rebélense. ¡Hagamos esto en conmemoración suya!

Fotos: Web y especial Acta Semanal.

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