Carla Valdespino Vargas
¿Apropiación cultural del Oktli? I
Yo no fui culpable, porque estaba loco/
loco por los celos, loco por su amor/
las leyes de la tierra me dieron mi sentencia… ¡Ay!!
(Una de las tantas canciones del Charro Avita que, Manolo
el tlachiquero de mi abuelo entonaba por las noches)
De nuevo recurro a mis recuerdos de niñez para tejer estas letras y, si la memoria no me traiciona, en la cocina de grande de la casa de mi abuelo sucedían y había cosas maravillosas. La puerta era de madera, mucho tiempo estuvo pintada de blanco con verde. A la derecha, casi en el fondo, estaba el fogón donde ocurría el milagro de las tortillas y que sirvió de cobijo para un trío de gatitos que traté de salvar, pero que murieron irremediablemente; junto al fogón, estaba una mesa de madera donde se colocaba la gran prensa para hacer las tortillas y el gran chiquihuite, donde hoy guardo mis collares; delante y junto a la mesa, unas ventanas. Enfrente del fogón, estaba el fregadero y una gran estufa de unos seis quemadores, donde se preparaba el mole y se cocinaba el guajolote, platillo favorito de mi abuelo para su cumpleaños. En algún lugar, cerca de una de las ventanas yacía una banca de madera, elaborada por mi bisabuelo Samuel. Esa banca aún perdura en la casita de la huerta. A un lado de la gran estufa, había dos barriles donde descansaba un líquido blanco, espeso mal oliente, llamado pulque y que mi abuelo, junto con mis primos y tío, elaboraban y vendían a los mazahuas que vivían cerca de la casa, del otro lado de la cancha de futbol.
Mi relación con el pulque, oktli en nahuatl, comenzó cuando yo tendría unos ocho o nueve años, edad a la que llegué a vivir con mi abuelo y grandes cosas acontecieron en mi vida, como las noches de invierno que pasábamos delante del fogón contando historias o chistes… mirando al fuego bailar.
Mas regresemos a la historia del oktli. Mi abuelo lo elaboraba desde que mi mamá era una niña y fue ella quien me contó de Manolo, el tlachiquero cantor. Debo confesar que pocas veces fui testigo del proceso de elaboración del pulque, no sé muy bien el motivo, quizá porque era muy pequeña, quizá porque era mujer y era un trabajo más para los hombres, quizá porque simplemente no llamada mi atención como lo hizo el proceso del maíz-nixtamal-tortilla. Solo veía cuando el tlachiquero o uno de mis primos entraban al patio con el garrafón lleno de aguamiel y luego lo colocaban en los barriles de la cocina grande. Lo que sí puedo asegurar al cien por ciento es que no se le pone excremento de ningún animal para que fermente, ese es uno de los mitos de desprestigio al que fue sometido el oktli.
La magueyera estaba detrás de la casa y desde mi ventana se podía admirar el verdor de los árboles, de los magueyes, de la lejana milpa, de los montes. Mi época favorita era el verano, la fina lluvia daba un toque sublime a las tardes.
La primera vez que tomé oktli fue por aquellos años y lo hice con mi hermana y mi primo, así es, con la misma hermana y el mismo primo con quienes jugaba en el patio a regar maíz. En casa no era cotidiano tomar pulque, pienso que estaba prácticamente prohibido porque lo bebimos a escondidas. Su sabor no fue agradable al paladar. Regresé al elixir de dioses décadas después con mis amigos de la CdMx, donde hay un auge de su consumo.
No recuerdo bien a bien la razón por la que se dejó de producir oktli en la casa de mi abuelo, es probable que la clientela fue disminuyendo conforme fue aumentando la migración mazahua hacia la CdMx. Pero lo que sí es seguro es que la magueyera se perdió, aunque un par de magueyes por aquí y por allá se resisten a perecer.
Varios hilos, varias historias y varios temas son dignos de ser analizados, pero eso sucederá en las próximas entregas de este camino a la raíz. Acompáñenme en esta saga sobre Oktli, la bebida de los dioses.

Espacio de reflexión decolonial sobre el mundo mesoamericano y
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