28/Mar/2024
Portal, Diario del Estado de México

Relación de los hechos | ‘El rock también duele, pero bien que se goza’

Fecha de publicación:

Dios se asoma detrás de los anuncios y nos apunta con su rifle de cartuchos. Desde arriba nos mira, escondido, con su bazuca y granadas expansivas de dolor

Trolebús

Leobardo Hernández

A propósito del día mundial del rock, donde se rememora este género musical gracias a Queen a nivel internacional, quisiera rendir tributo a las bandas casi anónimas que han legado historia y cultura profundas como los hondos caminos del arte.

El entorno desmoronado de la calle Santos Degollado fue marco perfecto para pensar por un momento en letras de grupos que van y vienen en giras nacionales sin ser emblemas reconocidos, quizá por su sencillez, carencia técnica o simplemente porque no les alcanzó el varo ni las ganas para estar en una disquera. Sin ser despectivo, pues muchos prefirieron conservar las letras de nota roja antes de que se las cambiaran Emmy o Sony.

En su libro “Una banda llamada Caifanes”, Xavier Velasco echa un vistazo al recorrido de este grupo que trasciende hasta nuestros días; rememora a los cuatro chavos de barrio que llegan por ímpetu a tocar en escenarios chonchos y hasta en televisa, no sin antes pasar por giras en Ocoyoacac, o como músicos de adorno en playbacks de Lauriano Brizuela.

Velasco nos cuenta que estos muchachos llegan de una vida austera a ser cuates de los artistas de moda como timbiriches y menudos en fiestas más desquiciadas que cualquier hoyo Fonky; pero Caifanes no es una de las bandas a las que me quiero referir, sino a las que se quedaron en giras de camioneta de redilas.

Antes de eso, incluso Alex Lora cantaba: “y las tocadas de rock/ ya nos las quieren quitar/ ya sólo va a poder tocar/ el hijo de Díaz Ordaz”. Increíble que el demacrado rockero, como su reputación rebelde, aparezca casi momificado en fotos con el prócer del engaño, Vicente Fox.

Y ya después, el recién fallecido, Luis Echeverría, que Dios lo tenga a fuego lento, no sólo aventó los halcones a los estudiantes, también confinó la música rock al Tártaro como si fuera el titán que destruía la mente de los jóvenes, retorcida, eso sí, por el oficialismo promovido desde una antena de TV.

La realidad decadente se escribió detrás de la radio con el murmullo de un movimiento silencioso, encarcelado en el exilio de las radiodifusoras que subían todo el volumen a Pimpinela, José José, Luis Miguel, Las Flans, entre otros dulcesitos que, cómo no, todos hemos probado hasta inconscientemente, herencia de nuestros padres…

Pero en las calles escurrían guitarros, batacos y bajeros como sudados por las piedras, como emergentes de entre las grietas para contar alguna que otra historia de banqueta mientras alguien les rolaba uno o dos pesitos ahí nomás para irla pasando. Y sería difícil rememorar a todos, por extensión de este escrito. Pero recordaremos ahora algunas letras interesantes.

Un canto real, un grito, un himno

La estética sencilla en la lírica del rock, al que llamaron “urbano” (porque parece que hasta eso debía ser distinto del denominado “rock en tu idioma”) consiste en letras directas y metáforas nacidas propiamente del entorno, de juegos de palabras, del albur, del sincretismo duro alimentado por la huaracha, el danzón, las rancheras, los boleros y, claro está, el influjo del otro lado del Bravo.

Así, por ejemplo, el título de la rola “Charrocanrol”, de Botellita de Jerez, da cuenta en una sola palabra de esta fusión enriquecida por la cultura popular mexicana trascendiendo los sonidos, transformando los conceptos. El influjo de la música nacida en los campos y urbes del sur de Estados Unidos se completa con nuestras raíces. (Podría consultarse un par de artículos que hice hace mil años llamados “El rock folclórico mexicano”).

Ya centrándonos en el papel, es preciso reconocer el registro de hechos históricos tomados desde dentro, no es la referencia histórica por citar un acontecimiento, es la vivencia del mismo. Sam-Sam nos canta la historia de un hombre que, durante la terrible explosión de San Juanico Tultepec en 1984, descubre que su esposa le es infiel con su casero y, por si fuera poco, la mujer lo corre de casa a punta de pistola y por eso, “Anda borracho Pancho”.

A su vez, en “El tope”, esta banda mexiquense da vida a un tope que “detiene a los cafres en su arrancón/ el más traicionero/ que frena tu paso/ que poncha tus llanas;/ jode tu camión”. En alarde de superioridad, el tope, que relata su biografía, presume que hasta los judiciales le temen e incluso fue condecorado por detener a los ladrones del banco nacional. Vaya cosas interesantes que les suceden a los elementos viales.

Otra fuente de inspiración es la nota roja, y cómo no podría ser, la mayoría de estas bandas surge de las zonas conurbadas del Estado de México con la CDMX. El haragán, en el primer y mejor disco que tiene, refiere la historia de “Juan el Descuartizador”, “escurridizo, trasnochero/ por los callejones tenebrosos”, está demás decir que el protagonista de esta pieza se dedica a acciones ilícitas y pasa a la mitología urbana con el chilladero de guitarra eléctrica.

No podía, como en toda concepción artística, faltar el amor, leitmotiv del arte universal que, no obstante, se encuentra donde se puede y se recuerda como se puede. En “Balada chilanga”, de Trolebús, un transeunte rememora al amor de su juventud, mujer de paradero desconocido pues él acaba de salir de la cárcel y le perdió la pista. “Ayer me acordé de ti/ mirando a unos perros hacer el amor./ Entre Copilco y Revolución/ […] ¿Qué fue del rocanrol?/ No supe más de ti,/ después de un apañón/ fui a dar al reclusorio…/ ¿Qué serás ahora?/ ¿una tímida enfermera?,/ ¿una grupi locochona?,/ ¿una prosti de la zona?,/ ¿una fría polizonta/ o le harás al Hare Krishna?”

Aunque no todo es la reiteración de la doble catástrofe, la denuncia del abuso de autoridad, del abandono social… Cuando hay poco que perder, los refugios sobran y uno de ellos es la música. Tal vez así lo pensó Rockdrigo González, el emblemático desconocido que sólo cobró un par de veces por tocar sus canciones antes de ser sepultado por el terremoto de 1985.

El tamaulipeco nos ha legado letras geniales y quiero rescatar, por capricho, una de las metáforas más bellas, que define al amor usando como parámetro el arte en su canción “Rock en vivo” ante el desbaratamiento cotidiano de la ciudad: “No hay manera de regresar la cinta,/ tu amor fue un rock en vivo,/ dos-tres manchas de tinta,/ un requinto de jazz/ fugaz e improvisado,/ una imagen en el aire/ de un pintor apresurado”.

Con estas citas, pocas para lo que merece un recuento mucho más amplio, quisiera rendir homenaje a nuestros símbolos fantasmas del rock, los que no salieron del hoyo y aún arremolinan personas en estacionamientos y campos de llanero, aunque algunos han tocado ahí y en el Auditorio Nacional. 

(Foto: redes)

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