29/Mar/2024
Portal, Diario del Estado de México

Cenicienta

Fecha de publicación:

Cenicienta vive en una casa de interés social en Neza. Tiene cuerpo pachoncito, como una dona de chocolate; tez blanca; cabello color elote, y ojos de tonalidad pasto. Es vendedora en el Liverpoolde la Zona Rosa. Tres horas tortuosas de recorrido: micro, metro, otra micro y combi. Los asaltos y manoseos, una rutina que la fastidia; por eso carga con una navaja que esconde en su brasier, junto con el celular y el dinero.

Un sueldo miserable y diez horas insufribles; las comisiones, su alcancía para llegar a final de mes, aunque, por su afición, no le alcanza ni para la semana. Su hada madrina: tarjetas de crédito. En las noches pasa horas frente al celular cazando ofertas; es su pasatiempo favorito. Sólo duerme dos horas. Un disfrute estalla como fuegos artificiales de su panza. Cenicienta le abona una buena cantidad de su salario a su hada madrina para que no la joda con la cantaleta de que le pague y no la amenace con embargar sus preciados tesoros. Compra de todo, desde cremas reductoras hasta aspiradoras robóticas.

En su día libre acude al centro comercial más fifí de Polanco como si fuera al zoológico. Los animales, escaparates que la asombran. Come en el restaurante más caro, y, con una sonrisa, paga con su tarjeta dorada. Bolsas y más bolsas repletas de inutilidades. Los probadores, zapatillas de cristal. Se regresa en DiDi. No le preocupa el dineral que tendrá que desembolsar; paga con su plástico plateado. 

Agenda sus vacaciones en las fechas del Buen Fin, las espera como si fuera a ser su cumpleaños. Las ansias de comprar y comprar la emocionan como adolescente que juega videojuegos. Los pasillos, pasteles; las velitas, meses sin intereses.

Al llegar a su casa, Cenicienta esconde las compras para que su príncipe no le ponga otra gritoniza. Él está harto de comer lo mismo: frijoles y huevos. Trabaja de mecánico; también gana una miseria. Cenicienta dilapida su quincena en babosadas, no le da importancia al gasto de la comida y de lo indispensable para sobrevivir en la jungla marital. Al príncipe lo pone furioso hacer el amor muy de vez en cuando; a Cenicienta le vale sombrilla que le ponga el cuerno con su hermanastra. No tienen hijos, lo que es un alivio: Cenicienta sería capaz de empeñarlos.

Un día a Cenicienta le dicen en el trabajo que tiene una llamada urgente. Se espanta, cree que es su hada madrina. Siente alivio al escuchar que no es ella. Le avisan que su casa se está incendiando y que a su marido lo trasladaron al hospital con quemaduras de tercer grado. Ella se desploma en el piso en un llanto. Repite una y otra vez: “Salven mis tesoros, mis tesoros, no”. 

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