29/Mar/2024
Portal, Diario del Estado de México

El célibe involuntario

Fecha de publicación:

Durante muchos años la soledad ha sido su copiloto en este viaje sin retorno al que llamamos vida. A escasos días de cumplir cuarenta y cinco años, no había logrado tener intimidad con una mujer que no se dedicara a compartir su cama a cambio de una remuneración económica, y mucho menos había podido establecer una relación amorosa, aun cuando lo había intentado en algunas ocasiones, sobre todo en los últimos años de su adolescencia. Marcel Ruiz era ferviente admirador de la época de oro del cine mexicano, de las películas del universo Marvel y del grupo de rock AC/DC, además de ser un fiel creyente de las doctrinas de Jehová, en su mayoría absurdas para una persona que no las practica, como no participar en un cumpleaños y no celebrar la Navidad. 

Cada viernes por la noche repetía la misma rutina. Al terminar su jornada laboral, prefería hacer una larga caminata hacia su departamento, en lugar de tomar un autobús. Por las noches, bebía cerveza en un sillón reclinable frente a la pantalla de su ordenador. Su intención era alcoholizarse y pasar el tiempo en un foro de la Depp Web llamado Incels, un acrónimo formado por sus siglas en inglés que, en castellano se traduce como Célibes Involuntarios. Además de hallar afinidad en cuanto a algunos de sus comportamientos que resultaban extraños a los otros, Marcel encontró empatía con los miembros del foro, quienes también se sentían frustrados por el constante rechazo de las mujeres hacia ellos. Sin embargo, esa no era la principal misión del foro, la función de los miembros extremistas era fomentar una visión misógina entre los seguidores de su ideología, culpando a las mujeres por no querer establecer relaciones con ellos. A pesar de considerarse un “incel”, existía una mujer que provocaba en él largas madrugadas de insomnio y un intenso sentido de ir en contra de sus ideales y creencias. Su nombre era Sofía y rondaba los treinta años. Para Marcel, ella era la mujer ideal. Sofía era tolerablemente atractiva, pero con un gran sentido del humor y buena salud. Acostumbrada a recibir halagos de los hombres de manera frugal, Sofía disfrutaba ser el centro de atención de Marcel y humillarlo con frecuencia.

—Marcel, ¿adivina de qué tengo antojo?

—¿De un café helado con crema batida y jarabe de coco?

 —Sí, por favor —respondió Sofía, con la mirada clavada en su computadora de escritorio, como si ordenara comida para llevar por medio de una aplicación en su teléfono.

—Enseguida, madame.

—No olvides fotocopiar estos documentos —ordenó Sofía, lanzando las hojas de papel con la intención de que Marcel no las dejara caer al suelo.

—¡Esta vez casi los atrapo en el aire! —exclamó Marcel, entre las risas de sus compañeros de trabajo.

—¡Casi, Marcel! Por cierto, no olvides que la siguiente semana se colocarán los adornos de Navidad en la oficina —dijo Sofía, pronunciando con rapidez las palabras, ya que Marcel se alejaba a paso veloz para cumplir las tareas que ella le había encomendado.

—No lo haré —soltó Marcel, sin escuchar con atención lo que dijo Sofía, ya que la emoción que experimentaba al serle útil nublaba su razón, transportándolo al plano de fantasía en el que frecuentemente estaba inmerso. 

Por la mañana del primero de diciembre de aquel año, antes de que llegaran los empleados de la oficina, Sofía y una de sus compañeras adornaron cada uno de los lugares de los oficinistas con flores de Nochebuena y muñecos de nieve hechos con fomi. Poco después de checar su llegada en un lector biométrico, Marcel notó que su lugar había sido decorado sin su permiso y, en un ataque de ira, no titubeó al romper con un manotazo el tallo de la Nochebuena y destrozar el muñeco de nieve, mostrando su enojo al pronunciar en voz alta que el o la culpable iban a arrepentirse, sin comprender que la idea de adornar la oficina había sido de Sofía, quien contemplaba la escena que hizo Marcel abriendo los ojos como plato y con las manos temblorosas por la forma en que el energúmeno gesticulaba al escupir las palabras de su boca. 

Al llegar a casa, Marcel cuestionó sus creencias religiosas por primera vez. Sin poder encontrar una solución que resolviera la desazón y vergüenza que sentía, en su cabeza aparecía una y otra vez el incidente que provocó la mañana de aquel día. Tras una larga noche, al despertar, llevó a cabo el mismo ritual que realizaba antes de llegar al trabajo. Dormitando caminaba hacia el retrete y orinaba. Enseguida levantaba los brazos con el fin de oler sus sobacos y al bajarlos metía una mano entre sus calzoncillos. Si percibía un olor desagradable decidía tomar un baño, si no, mojaba su rostro para quitarse la sensación de sueño y elegía una playera con el estampado de Tin Tan, uno de sus comediantes favoritos, además de unos jeans con manchas de pintura. Poco después, siguiendo un impulso desquiciado, al llegar a la oficina, sin poder controlar sus emociones, rompió en llanto frente a sus compañeros. Ante la mirada de asombro de Sofía y las expresiones de incredulidad del resto, la mayoría de sus compañeros se quedaron pasmados en un intervalo de tiempo y espacio, sin saber cómo reaccionar ante la dramática puesta en escena que protagonizó Marcel. 

Al suspender todo contacto con Sofía, Marcel no sólo perdió a la mujer de la cual estaba enamorado, también se sintió más ajeno que nunca de su entorno social. Fue entonces que comenzó a compartir más tiempo con los incels, quienes le hicieron creer que su amor platónico era igual que el resto de las mujeres: promiscua, interesada y manipuladora. 

Deseo quitarme la vida. He perdido a la única mujer que, con tan sólo saber que existía, me ayudaba a soportar esta maldita realidad (Marcel, 2:30 a. m.).

¡No seas egoísta! Ve a tu oficina, mata a algunas mujeres y luego te suicidas. Esa será la mejor forma de honrar a Elliot Rodger, nuestro Caballero Supremo (usuario desconocido, 2:35 a. m.).

¿Igual que Alek Minasen, el incel que usó una furgoneta, mató a seis personas y luego se quitó la vida? (Marcel, 2:36 a. m.).

¡Exacto! Si logras tu cometido, probablemente te conviertas en uno de nuestros santos, al igual que Alek Minasen (usuario desconocido, 2:41 a. m.).

Nunca he empuñado un arma, mucho menos he intentado quitarle la vida a otra persona (Marcel, 2:42 a. m.).

Si nunca has utilizado un arma de fuego, puedes usar un cuchillo (usuario desconocido, 2:47 a. m.).

No estoy seguro de poder hacerlo (Marcel, 2:48 a. m.).

¡Eres un cobarde! Será mejor que te elimine del foro (usuario desconocido, 2:53 a. m.).

¡No! Te suplico que me des la oportunidad de mostrar mi respeto hacia ustedes, son lo mejor que me ha pasado (Marcel, 2:54 a. m.).

Hablemos en una conversación privada (usuario desconocido, 2:59 a. m.).

Sin revelar su nombre, el usuario desconocido mantuvo contacto con Marcel por varios días, instruyéndolo con el objetivo de ganar nuevamente la confianza de Sofía, para luego quitarle la vida. Siguiendo al pie de la letra las indicaciones del usuario desconocido, Marcel gastó diez mil pesos en un arreglo de flores con mil rosas, escribiendo en una pequeña nota la palabra perdón y sus iniciales. Según la lógica del usuario desconocido, Sofía y sus compañeras de oficina jamás habían recibido un ramo de rosas tan costoso y que llamara la atención de todos los presentes en aquel sitio. Este detalle permitió que Sofía le dirigiera nuevamente la palabra a Marcel, dejando atrás el mal rato que le hizo pasar con sus cambios de humor. La segunda parte del plan del usuario desconocido consistía en que Marcel acechara a Sofía con la intención de que ambos coincidieran en la oficina fuera del horario de trabajo, ya que, con frecuencia, ella se quedaba hasta tarde resolviendo pendientes. Finalmente, un lunes por la tarde, cuando todos los empleados se habían marchado a sus casas, a excepción de Sofía, Marcel se acercó a ella y, empuñando un cuchillo de caza, le pidió que cerrara los ojos, asegurando que al cortarle el cuello su muerte sería rápida y sin sufrimiento alguno. Contrario a las indicaciones del usuario desconocido, Sofía no opuso resistencia. En cambio, se quitó las zapatillas y el vestido, quedando en ropa interior. Acto seguido, subió a su escritorio y cruzó una de sus piernas, logrando que Marcel dejara a un lado el objeto punzocortante y, como poseso, se acercara a ella. En ese momento, Sofía cogió el cuchillo de caza y, sin titubear, lo clavó en la tráquea de Marcel, antes de arrancar varias flores de Nochebuena de los lugares a su alrededor con el fin de llenar la boca de Marcel con ellas, hasta que algunas salieron por su cuello.

El usuario desconocido no se equivocó al clasificar a Sofía como interesada y manipuladora. No obstante, olvidó un detalle importante: en muchos casos la inteligencia de una mujer supera ampliamente a la del hombre.

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