Eric Rosas
50 más 150 suman 200
El pasado 17 de enero la revista Eme Equis publicó el reportaje titulado “Ventiladores de la 4T: con retrasos, sobrecostos y donados a Cuba”, en el que menciona que aquellos respiradores mecánicos que el presidente de la República encargara fabricar al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT) y que su titular María Elena Álvarez-Buylla Roces hizo ver como el orgullo de la tecnología mexicana en medio de la pandemia, costaron 88 % más de lo inicialmente presupuestado, se entregaron año y medio después de la fecha comprometida —ya cuando habían pasado las primera y segunda olas que los urgían—, y 200 de éstos se donaron a Cuba sin informar a la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Tal cantidad se obsequió, aunque luego Elizabeth Vilchis buscó “aclarar” que: “…la revista hace señalamientos y afirmaciones falsas con información incompleta o tergiversada…”, pues ella está convencida de que no fueron 200 los ventiladores regalados, sino que “…a Cuba se donaron 50 ventiladores Gätsi y 150 Ehécatl en agosto del 2021…” (sic); y se sumó a los enviados a Antigua y Barbuda, Belice, Guyana, Haití, República Dominicana, Santa Lucía y Trinidad y Tobago en diciembre de 2020, como lo informó la Cancillería en su comunicado 395.
Más allá de estas pifias que le extasiarían a uno de hilaridad, de no ser porque resulta muy triste que a muy altos niveles del Gobierno no se dominen ni siquiera las operaciones aritméticas que se nos enseñan en la escuela primaria, lo que realmente importa es que los ventiladores construidos carecen del nivel de calidad y de la confiabilidad requeridos para los equipos médicos. Existen incontables testimonios de galenos y enfermeros —los usuarios directos de tales ventiladores— en los que se afirma que estas máquinas no realizan su función adecuadamente, lo que las inutiliza por completo al poner en riesgo la vida de los pacientes. A decir de la propia empresa privada contratada para entregar los equipos y capacitar en su uso al personal del Hospital de Alta Especialidad de Morelia, perteneciente al Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado, los ventiladores Gätsi y Ehécatl son “lo más básico de lo básico” y por este motivo sólo se recomienda su utilización en verdaderas emergencias.
Esto era lo esperado. Así lo anticipé en la entrega de “La Onda Plana” del 30 de marzo del 2020, hace dos años, que titulé “CONACyT ausente contra A H1N1 y Covid-19”. La encomienda hecha a la dependencia federal y que terminó siendo atendida por un consorcio público-privado coordinado por uno de los centros públicos de investigación (CPI) del CONACyT, gracias a la liberación de una patente propiedad del Instituto Tecnológico de Massachussets, no tenía la más mínima probabilidad de éxito. Mi aseveración de basó en el hecho de que ninguno de los CPI dedicados a las ciencias e ingenierías ha logrado desarrollar las capacidades para fabricación en serie. Tras varias décadas de existencia estas instituciones han alcanzado grandes logros; sin embargo, nunca han estado respaldados por una verdadera política de ciencia y tecnología que impulse la transferencia tecnológica de una forma efectiva, y a la fecha solamente son capaces de construir prototipos que funcionan en los ambientes controlados como los que se tiene en un laboratorio, pero éstos se encuentran a años luz de distancia de la fabricación a gran escala de un equipo médico tan demandante, como lo son los respiradores mecánicos; falla que podría saldarse ahora que se discuta una nueva Ley de Ciencia y Tecnología.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
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