24/Apr/2024
Portal, Diario del Estado de México

Círculo Feminista Alaíde Foppa

Fecha de publicación:

Lo personal es político, La única y el viaje de las mujeres hacia sí mismas

Por Claudia Elisa y Gabriela Alejandra López Miranda

Fundadoras del Círculo Feminista Alaíde Foppa

El precio que se paga por cuestionar los roles que la sociedad impone a las mujeres es muy alto y en la historia de nuestro país podemos hallar múltiples evidencias de eso. Aquellas que se atreven a acceder al espacio público, al campo político, al intelectual, sufren rechazo, no  sólo en la propia esfera pública, sino al interior de sus hogares y familias, por renunciar al mandato tradicional de permanecer en la casa, al frente de lo ‘doméstico’.

            Existe una novela, hasta hace muy poco olvidada y repudiada, que retrata este fenómeno común para muchas mujeres, se trata de La única, publicada en 1928 por Guadalupe Marín, una compleja e interesante escritora, que padeció la violencia de una sociedad que valoraba a las mujeres en función de sus vínculos con los hombres y de su desempeño en las labores del hogar.

            La protagonista de La única es Marcela, una suerte de alter ego de la autora, que narra la experiencia de vivir con su primer marido, un personaje central de la pintura mexicana y al mismo tiempo, un hombre profundamente inseguro, vehemente y egoísta, que ella abandona para casarse con un escritor, aparentemente sensible y amoroso, pero en el fondo igualmente violento y machista que el primero.

            La historia aparente es la vida de una mujer con estos dos hombres, a quienes finalmente deja y de un viaje por Cuba, Nueva York, París, del que regresa transformada; sin embargo, si observamos entre líneas, lo más relevante son las reflexiones que subyacen a ese relato aparentemente simple.

            Contrario a lo que afirmaron muchos ‘intelectuales’ de la época, quienes calificaron la novela como “chiquihuite de ropa sucia”, o “libro de chismes”,  la obra es un registro detallado del tipo de interacción que establecían en ese momento las parejas, donde las mujeres debían asumir un papel de resignación frente a la violencia, el desprecio y la subordinación. Tuvieron que pasar décadas, después de la publicación de La única, para que las mujeres pudiéramos gritar “lo personal es político”, la violencia al interior de los hogares no es un asunto privado, es un problema que debe preocupar a la opinión pública, al estado y a la ley.

            Pero en el libro Guadalupe no sólo denuncia la hostilidad y la violencia de pareja, elabora una radiografía de las relaciones entre artistas e intelectuales, de sus ambiciones de poder, su soberbia, su deshonestidad para denunciar las contradicciones y excesos de movimientos políticos que se proclamaban libertarios y justos, pero que practicaban una crítica selectiva y convenenciera.

            En la novela Marín muestra su cercanía con dichos círculos, pero los describe con una severa distancia crítica, misma que la salva de imitarlos y le permite configurar su propio estilo, que se expresa no sólo en los temas que le preocupan, sino en la forma de narrar. El lenguaje de Guadalupe es arriesgado y original, combina elementos de la cultura popular con recursos propios de la llamada alta cultura, en su narrativa se cuelan referencias a obras clásicas, pero también la musicalidad de las interacciones orales en el mercado o en los parques. A través de Marcela, Marín parece confesar que dicha mezcla le producía vergüenza, la protagonista de la novela y la propia autora, nunca pertenecieron del todo a los círculos de intelectuales de ‘gran nivel’ de los que siempre estuvieron rodeadas.

            Hoy, gracias a la colección Vindictas de la UNAM, que reeditó la novela de Guadalupe Marín en 2020 y a una lectura respetuosa, podemos comprender que esa mezcla, esa inadecuación, esa ‘falta de pertenencia’ que preocupaba a Lupe y a Marcela, no sólo no son motivo de vergüenza, sino que fueron el combustible para que Marín hallara su estilo, y se descubriera como única y original.

            Esa ‘falta de pertenencia’, nos sirve hoy como aliciente para dejar de luchar por acceder a círculos donde el prejuicio y la ira nos cierran las puertas y para crear -nosotras mismas- espacios de solidaridad, de reconocimiento del trabajo de nuestras compañeras y de las mujeres que han sido borradas de la historia.

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