24/Apr/2024
Portal, Diario del Estado de México

El cantar de los Mudos

Fecha de publicación:

Miguel García  

En su apartado: ¿Conoces  el olor de la muerte? 

Por fin llegaste, te esperaba hace días. Sí que sabes ser un buen anfitrión, no sólo me has dejado a la expectativa de tu llegada sino que también te has divertido conmigo, ¿acaso soy el arlequín con el que amenizas tus veladas?. 

¿Qué cómo lo haces? Simplemente agudizando a cada segundo este dolor con el que pierdo los límites entre lo real y lo infinito. Haciendo más fuerte ese olor, esa peste que impregnas en todo lo que tocas. Te haces más fuerte viéndonos caer. 

Y cómo no hacerlo si con cada jalón que das me robas el alma llenando tus pulmones con mi esencia, inflándote minuto a minuto con mi vida. 

Ojalá muriera de una vez para terminar este bochornoso espectáculo, el de estar muerto en vida mirando la lástima de doctores y enfermeras, el cansancio de mis seres queridos que piden en sus miradas que llegue ya el momento para que mi sufrimiento se acabe con el suyo.  

Ése es el punto donde me encuentro, donde la droga no alcanza para darme un poco de esperanza ante una irremediable muerte.   

Intento no respirar pero no puedo, desearía que mi muerte estuviera en mis manos como en algún momento estuvo mi vida. 

Entonces me invaden los recuerdos, los mismos que creo me mantienen aún vivo. Recuerdos que me provocan alivio. 

El olor de mi madre cuando me consolaba  después de una pesadilla, inexplicable después de una vida, ese es el único olor que me provoca seguridad, el estar con un ser amado trayendo ese recuerdo; el olor de mi padre, el cual no importaba que fuera de sudor, en este momento sigue significando un enorme orgullo, sabía que ese olor significa una mejor vida, el confort  de cosas nuevas, gracias a él podía disfrutar el olor a nuevo de mis zapatos, los mismos con los que tracé una frágil existencia. 

Recuerdos que viajan en mi mente al ser éste el único de mis sentidos que aún se mantiene pleno, el olor de mis manos sucias por el juego en la tierra, la alegría de hacer castillos en el patío de mi madre, que aunque ella siempre pegara el grito en el cielo a mí me hacía tan niño, tan inocente, tan feliz. 

El día en que perdí mi inocencia quemando un poco de mariguana, debajo de la escalera  que todos los días recorría mi padre al ir a trabajar, irónicamente para suministrar los recursos de mi pasatiempo insano.   

El extraño sudor que despedía cuando moría de los nervios por estar cerca de mi amada Elena, el mismo que desapareció cuando dijo te quiero. 

El olor de vida y muerte que dejábamos en la cama después de hacer el amor. 

Pero también la esencia que impregnábamos en nuestro hogar  cuando estábamos juntos, siendo una familia haciendo una vida juntos. 

Estoy seguro que fue lo más cercano a estar plenamente vivo. 

Y después, los olores que compartimos con el nacimiento de nuestro hijo, el letargo de una vida que hicimos juntos, las victorias y las derrotas, las risas y las lágrimas, el saber  que estaríamos juntos hasta siempre. 

El olor de su partida cuando dijo tengo cáncer y me muero. Creo que en ese momento fue  en que tu olor se quedo tatuado en mí, supe que ese maldito aroma era el tuyo, habías estado allí antes, a mi lado para recordar tu omnipotencia. 

Todo se une en la tristeza; como el olor a neumático quemado sobre el asfalto, la gasolina derramándose que se mezcla con la sangre de mi hijo, el cuerpo inerte de mi pequeño que desearía poder desterrar de mí. 

Cámo no saber que eras tú quien nos cuidaba  en esa fatídica noche, estabas ahí cuando me arrancaste a mi hijo, a mis padres, a mi Elena. 

Hoy yo estoy en tu lista, pero no me quitas la vida, esa fue tuya hace mucho, desde que me arrancaste todo lo que amaba, mis sentidos son sólo un grano ínfimo del costal: ¡Mentira! . 

Dejaste mi olfato para que se hablara de ese cuento de tu piedad. Querías que yo esperará tu llegada, querías que supiera que habías llegado por mí, querías que trajera esos recuerdos a la mente por el olor de lo poco que soy ahora  y lo poco que me queda. 

Sí que sabes hacer las cosas, venga pues, te he estado esperando. 

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