18/Apr/2024
Portal, Diario del Estado de México

Cantar las cuarenta

Fecha de publicación:

DON DÁMASO  

Si quieres ser respetado por los demás, lo mejor es respetarte a ti mismo. Sólo por eso, sólo por el propio respeto que te tengas inspirarás a los otros a respetarte. Fiódor Dostoyevski 

LA MEDIOCRIDAD COMO NORMA SOCIAL 

JUGANDO CON LAS CARTAS SOBRE LA MESA: ¿Acaso ya nos volvimos lo bastante sensatos como para tolerar la imbecilidad y, bastante cándidos como para no reconocer la malignidad? Una nueva veta del virus GATELL-4T se esparce de las vacunas, contagiando a los libros. El desprecio hacia los libros es el desprecio a la ilustración y, con ello, a la libertad del ser humano. En una democracia, por imperfecta que sea, la gente piensa diferente y se expresa; en un totalitarismo, simplemente la gente no piensa, lo tiene prohibido. Pensar diferente significa abrazar la ilustración.  

Quienes leemos las noticias y seguimos las redes sociales, quedamos pasmados al ver que la mayoría de los actores políticos en la actualidad, tienen la piel delgada y la neurona escasa, esto viene a cuento gracias a que  un cuatrero (fan4T) expresó que Leer por goce es acto capitalista; la reacción de los intelectuales y de los amantes de la lectura como el que escribe, no se hizo esperar, me gustó la que hizo @FJorgeFHdz lo que motivó su cese inmediato como agregado cultural de la embajada de México en España. Aquí les comparto parte de su texto: Por supuesto que se puede leer bajo la muy ideologizada militancia del errado o confundido bibliotecario improvisado que acaba de clamar algo en torno al consumismo capitalista como afán opuesto a quienes creen que leyendo reviven Playa Girón o las heridas de Camboya, cuando en realidad su tufillo más bien apesta a Pol Pot (que no es precisamente un guiso inglés), ese demente que pintó en letras rojas la condena fanática contra todo aquél que llevara lentes, gafas o quevedos de diversa dioptría “pues revelan que se trata de un lector”. Por supuesto que se puede exhortar al populis a que lea por adiestramiento, por memorización, por inculcación ideológica y como ungüento de uniformidad, pero yo parto aquí una lanza en favor de quienes leemos por insomnio, para viajar sin maletas a cualquier paisaje y sin reloj a cualquier hora y época; hablo de los que leen en voz alta para compartir una trama y los que leen en silencio para hablar con dioses, ligarse a una musa o matar a un tirano…  

Esto que estamos viviendo me ha hecho recordar un cuento muy pequeño pero de gran significado, escrito hace 60 años por Kurt Vonnegut, Jr., que imagina el mundo en 120 años, donde el gobierno ha tomado el control total sobre el libre pensamiento y la igualdad completa se ha logrado finalmente, no sin pagar  un alto precio, por supuesto. 

El cuento se titula Harrison Bergeron y trata de la búsqueda de la verdadera igualdad, en donde la gente renunció a sus derechos a favor de eliminar toda competencia, impulso y deseo: las mismas cosas que inspiran la innovación y la creatividad. Los responsables son los únicos a quienes se les permite pensar, y ese poder tiene graves consecuencias para Harrison Bergeron, un niño de 14 años, todo un adolescente incontrolable. La historia explora temas importantes, como la igualdad total a costa de la individualidad, y los peligros de perder el pensamiento libre ante un gobierno tiránico.  

Harrison Bergeron es un cuento distópico llevado a la pantalla en varias ocasiones, y donde satiriza la mediocridad como norma social y la servidumbre de las personas ante un gobierno totalitario. Aquí va un spoiler y ojalá que lo puedan leer completo. 

Era el año 2081, y todos eran por fin iguales. No sólo eran iguales ante Dios y la ley. Eran iguales en todo sentido posible. Nadie era más listo que nadie. Nadie era más guapo que nadie. Nadie era más fuerte o más rápido que cualquier otra persona. Toda esta igualdad se debió a las enmiendas 211ª, 212ª y 213ª a la Constitución, y a la incesante vigilancia de los agentes del Discapacitador General de los Estados Unidos.  

Algunas cosas sobre la vida todavía no estaban del todo bien, sin embargo. Abril, por ejemplo, todavía sacaba de quicios a la gente por no ser primavera. Y fue en ese mes pegajoso que los hombres del Discapacitador General se llevaron a Harrison, el hijo de catorce años de George y Hazel Bergeron.  

Fue trágico, cierto, pero George y Hazel no podían pensar mucho en ello. Hazel tenía una inteligencia  perfectamente promedio, lo que significaba que no podía pensar en nada salvo en cortas ráfagas. Y George, mientras que su inteligencia era muy superior a lo normal, tenía una pequeña radio de discapacidad mental en su oreja. Él estaba obligado por ley a llevarla en todo momento. Se ajustaba a una emisora del gobierno. Cada veinte segundos más o menos, el transmisor enviaba un poco de ruido agudo para impedir a la gente como George un aprovechamiento injusto de sus cerebros. 

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