19/Apr/2024
Portal, Diario del Estado de México

Confesiones de turista

Fecha de publicación:

Aranxa Albarrán Solleiro

Reliquias toluqueñas

Un día viendo sobre la ventana de un café de antaño en la ciudad, me puse a capturar perspicaz, la mirada de los paseantes que, por igual, se embolsaban las manos dentro de sus chamarras o abrigos. Las mujeres muy guapas, caminando a una velocidad inspiradora y admirable, portando un traje sastre para llegar antes de la hora de entrada, checar y apostar por recibir un bono de puntualidad a final de cada año.

Los varones, por otra parte, se les nota un tanto más serios, la mirada hundida por no haber dormido bien durante la noche anterior y un pesar en las pupilas que reflejaba el gris de las calles vacías.

Los observé detenidamente y comencé a recrear bocetos en mi mente sobre cómo ellos visualizan la urbe de su día a día. Más de 500 años Toluca, ha resguardado el ir y venir de millones de paseantes y automovilistas, que, sin dudarlo, han despojado sus vidas de la magnitud que envuelve a cada una de las paredes que conforman los edificios de arquitectura neoclásica y, con aún tintes revolucionarios de inspiraciones porfiristas.

En 1842, el gobernador galardonado con el bautizo de calles y espacios públicos con su nombre: José María González Arratia, inauguró con flores a la Alameda central de la capital mexiquense, sitio que hoy alberga no solo cientos de flores coloridas, sino también decenas de asaltos y delitos que atentan contra la integridad de los habitantes de la Colonia la Merced.

La Presumida, sitio delicioso para una nieve de limón y flor de nata desde aquella mañana en la que Don Federico Villegas decidió emprender el negocio en 1939, ahora no se le ve con el grito desmesurado de flirteo hacia las muchachas de caderas simpáticas y caritas celestiales, pues más allá de la veta de expresión, la pandemia ha incursionado como aspaviento del miedo a siquiera pararnos frente a una heladería.

“¿Hacer fila? ¡No, eso jamás! Ni respetan a la Susana y ni me aceptan el pago con tarjeta para salvarme de no tocar dinero en efectivo.”

Para los ojos foráneos, Toluca es una especie de aldea diminuta en la cual el blanco y negro resalta de la demás gama de colores. Una aldea de 910 mil 608 habitantes.

Los cielos azulados de combinaciones exquisitas por nubarrones que se enfilan como borreguitos en el campo, afortunado verde que todavía se percibe en la aldea de congestiones automovilísticas y se refleja en la única ex zona militar del país convertida en un parque rodeado de olor fresquísimo por sus más de tres mil árboles.

En el mismo centro ceremonial indígena, a los pies del Xinantecátl, los indígenas matlazincas oraban a los dioses para el bienestar de los hijos de aquel cerrito, lejano y con pocas señales de convertirse en una de las ciudades más importantes del territorio mexicano, cuando en los años 1600 arribaron los europeos castellanizados para erigir el primer templo católico dedicado a Santa María de los Ángeles, hoy, aquel templo es inexistente, puesto que los pies de matlazincas se hacinaron en el la Teresona, conformando a la diócesis de Toluca y expandiendo la religión por toda la extensión de la urbe.

Al día de hoy, el cerro de la Teresona se teme, como aquel Judas prófugo e infesto de un temor flamígero. Los que ahí habitan, son admirados por la resiliencia, no solo de desastres sociales, sino de miradas paisanas que atacan sin temor a juzgar de manera errónea.

De lo anterior tenemos los libros para comprobarlo, sin embargo, muy pocos espacios de lectura nos quedan, las librerías se extinguen, como la visión amorosa de los locatarios por su ciudad, ejemplo de ello son los Ibáñez, fundando la primera librería independiente en Toluca. Don Juan Ignacio y Doña María, sus creadores, jamás pensaron que la curiosidad de explorar mundos formidables a través de hojas escritas por amantes de las letras, iba a extinguirse y después de casi 70 años, bajaron la cortina, porque como la presumida, poco se veía a paseantes enfilados para adquirir una obra literaria.

Los caminos se hacen cortos, la mirada sigue ausente detrás de la ventana del café Impala, el cual da servicio desde 1930, agradecidamente por la idea enérgica de Rafael Velázquez de Mañón, del cual sus comensales de antaño persisten, sin embargo, se reduce cada día más, pues el tiempo pasa sin tregua, como el color en las pupilas de aquellos que persisten con las manos en las bolsas.

Confesiones en: Instagram: @arasolleiro, Twitter: @aranx_solleiro y aranxaas94@gmail.com

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