Aranxa Solleiro
Nueve de la mañana, un día de marzo
- ¿Llevas el caso?
- Sí, lo tengo junto a la mochila
- Llévate los lentes de protección para que se facilite más tu visión que la careta
- Si, ya la llevo
- ¿A qué hora es la marcha?
- Empieza a las doce pero me voy a ver con las chicas a las diez para capturar algo bueno antes.
- Cuídate mucho
Doce cuarenta y tres de la tarde, la protesta tenía quince minutos de haber iniciado, Sandra había captado 42 fotografías durante la formación, el casco lo portaba ajustado a su cabeza. ¿El casco? Por supuesto, los días de protesta para ella se vuelven un reto y un riesgo incontenible, puesto que cualquier provocación de parte de grupos externos a los protestantes, puede desencadenar una trifulca desmesurada.
Los granaderos reaccionan como toros de Lidia, el ruedo se avasalla de manifestantes enfurecidos por las injusticias desdichadas que han debido de soportar durante días o años. Se paran unos frente a los otros, se escupen en los protectores de policarbonato, tratan de permanecer inmovibles, casi conteniendo la respiración, hasta que estalla el enfurecimiento y se activa un botón rojo interno diciendo: ¡actúa, es el momento!
En ese instante Sandra y sus compañeros se movilizan veloces para fotografiar con un arte inaudito el desbordamiento social. Sandra capta con su mejor lente, una, dos, tres, cuatro fotografías, en la quinta emite una sonrisa diminuta, pues su ojo percibió la mejor imagen de la jornada, un movimiento en falso la hace resbalar, sin medida el caos de los manifestantes llega a ella con un trapo de Thinner incendiado, le quema parte del brazo izquierdo. Se levanta, corre con energía colapsada y un dolor inexplicable.
Tres horas después, yace en la camilla del hospital más cercano. El diagnóstico: una cirugía reconstructiva por quemaduras de tercer grado… ¿Y el casco? En absoluto sirvió.
En México trabajan cientos de fotoperiodistas mujeres que salen diariamente a las calles para registrar la verdadera cara del mundo circundante, aquello que es imperceptible para el ojo humano en la mayoría de ocasiones.
Lola Álvarez Bravo dio el paso revolucionario de enfrentarse a los toros de Lidia, siendo la primera fotógrafa mexicana. A partir de sus clicks, el periodismo gráfico mexicano se dibujó de colores espectaculares que abrieron la puerta a talentos formidables de mujeres fotógrafas.
No obstante, el riesgo que cohabita en el espacio de un fotoperiodista, se multiplica cuando es ejercido por mujeres. Dicho lo anterior, se hizo una serie de preguntas a dos fotoperiodistas: Crisanta Espinosa y Luz Gutiérrez, cuyas coberturas son realizadas en el Estado de México, considerada de las entidades más violentas y peligrosas para ejercer el fotoperiodismo.
¿Cuál es el mayor riesgo de ser fotoperiodista?
C: Creo que el mayor riesgo que corremos como fotoperiodistas es la inseguridad, ya que desafortunadamente es algo que ha ido en aumento constantemente, pero esto es como mujeres y hombres que padecemos este riesgo, por los equipos que llegamos a cargar que son de un alto valor económico.
L: siendo mujeres fotoperiodistas, a veces se pone mucho en riesgo su vida dependiendo de los temas, más cuando se trata de cubrir temas feministas o de ese estilo donde a veces la policía llega. También hasta por parte de los colectivos feministas, sientes riesgo de hacer algo que no les vaya a parecer. En mi punto de vista a mí me da miedo.
¿Cuál es tu percepción sobre la igualdad de género en la labor de fotoperiodistas?
C: Consideró que con el paso de los años los espacios se han abierto a las mujeres en las redacciones ya que podemos dar la misma cobertura a los eventos que un hombre, por desgracia en algunas redacciones se siguen haciendo diferencias, pero estas prácticas poco a poco se están quedando a un lado. Creo que por muchas cuestiones las mujeres no se interesaban mucho por entrar al campo del fotoperiodismo, pero afortunadamente esos tabúes se han ido quitando y cada vez son más chicas las que se interesan en esta rama de la fotografía, para muchas no cumplen las expectativas con las que llegan, ya que es una labor desgastante, desde las coberturas, sueldo, condiciones laborales y eso en muchos casos rompe el encanto, y aquellas que continúan y duran en este trabajo tienen un factor en común que es el amor a la fotografía y al fotoperiodismo.
L: creo que ha mejorado pero sigue la desigualdad de género.
¿Crees que con el paso del tiempo se ha ido adquiriendo una valorización a la labor?
C: Las mujeres hemos abierto espacios en la fotografía que se consideraban solo para hombres, sobre todo al realizar coberturas de diversa índole, como la nota roja o policiaca, que es en donde se podría correr un mayor riesgo por estar en zonas de poca seguridad; la fotografía deportiva, también es otra área en la que se veían pocas o ninguna mujer, y hoy en día tenemos compañeras que cubren estas y otras áreas. El trabajo que mostramos todos los días las mujeres se reconoce y admira desde diversos ámbitos.
L: De cierta manera sí se ha empezado a tomar en cuenta, pero no como se espera.
Desde el año 2012, se encuentra avalada la Ley para la Protección de Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas, sin embargo, la protección para las mujeres en su integridad física y mental, continua en una balanza desequilibrada. No sin olvidar, que la entrega y esfuerzo de una reportera gráfica va mucho más allá de solamente la colocación de imágenes en portadas de medios.
(Foto: Luz Gutierrez / nolisolli)
