Aranxa Solleiro
En el espacio casi imposible de percibir por el ojo de un citadino común, habitan ellos. Los desechos se vuelven el mejor compañero de estancia, donde los colchones son elaborados de asfalto y diminutas partículas de vidrio roto de botellas de cerveza o tequila, las cuales son compartidas durante la noche para aguantar el frío.
Para ellos, el virus latente, la vacunación y cualquier protección presentada a través de la televisión y autoridades , no existe, ni siquiera están al alcance de ellos.
“Yo siento que nosotros nunca somos tomados en cuenta. ¿Vacunas? No hay nada de eso, vamos a los centros de salud y como que ni siquiera nos tienen contemplados, sí nos exigieron al inicio de todo esto que usáramos cubrebocas o nos iban a correr, los conseguimos, pero eso no nos hace sentir que nos toman en cuenta.” Mencionó Fabiola, quien lleva vendiendo bolsitas de canela a 10 pesos desde hace ocho años en la esquina de Heriberto Enríquez y Avenida Las Torres.
El Ángel de la línea, como se hace llamar por cuidar de sus compañeros migrantes y sin hogar, es uno de sus compañeros de trabajo. Arribó desde hace tres años de Jamaica, tras haber fallecido su madre. Para él, el virus solo se presenta en el cuerpo humano si se piensa en él constantemente.
“No digo que no exista, eso seguro lo inventó aquel chino para matar a la gente. ¿Quién es él para decidir eso? Eso solamente lo hace Dios, pero así son todos ellos, los que pasan por aquí y solo nos miran, los que a veces se acercan a nosotros y nos dan una moneda o un poco de comer. Para ellos el virus y cualquier enfermedad existe, aquí, con tanto con lo que vivimos en las calles, nuestra casa, ni nos pasa nada, como que nos hacemos más fuertes.” Dijo, elaborando una artesanía de lata de refresco de cola, que emanaba una luz quemante a sus ojos.
En la ciudad de México, de acuerdo al último censo realizado por INEGI en 2020, existen 14 millones de personas sin casa, de los cuales ambos y un grupo de alrededor de diez personas que convergen en la zona, forman parte del conteo. La mayoría de ellos, tiene una edad de 20 a 40 años, siendo todavía considerados de edad joven, por lo que la espera para una posible obtención de vacuna, permea en un tiempo lejano.
“Aquí nos alimentamos con lo que nos den o de plano de lo que encontramos, la verdad muchos ya están llenos de alcohol, eso yo creo que hace que menos nos enfermemos.” Comparte satírico el Ángel de la línea, quien mientras responde, esconde una botella de medio litro de tequila en su espalda.
Fabiola, por otra parte, cuida de su pequeña hija de tres años, recostada a un lado del Ángel de la línea y dos varones inconscientes por ingerir sustancias psicoactivas. “A mi hija la tengo bien cuidada, sé que mis compañeros (señala a los varones) no le harán daño, sobre todo porque ya me ubican bien y yo a ellos, como no tengo dónde dejarla, pues prefiero traérmela y aquí le ando echando un ojo.” Puntualizó Fabiola.
El calor, el frío, la lluvia y el smog, se mezclan entre el aire que respiran, asegurando el Ángel de la línea que es menos tóxico que respirar su propio aliento usando cubrebocas. De tal manera, lo mantiene en una de sus muñecas cual pulsera y mientras no esté cerca de alguien ajeno a su órbita, nunca lo porta. “Es que deben de entender que nosotros no seremos quienes los enfermemos, a veces por eso nos rechazan más últimamente o nos ven peor que antes, porque creen que nosotros les vamos a contagiar del coronavirus, pero esas son mentiras, nosotros ya ni enfermedades tenemos.” Respondió.
De nueve de la mañana a siete de la noche permanecen activos en los semáforos, Fabiola habita en una casa marginalizada en la Colonia de la Cruz junto con más compañeros, mientras que el Ángel asegura permanecer en el mismo sitio, mientras hace su mejor labor: cuidar de sus amigos y escribir canciones.
(Foto: Aranxa Solleiro)
