Eric Rosas
El viernes 26 de febrero, el previo a la reunión virtual que sostuvieron los presidentes de México y de los Estados Unidos de América, la avanzada ejecutiva de la Casa Blanca envió al secretario de estado estadounidense Antony Blinken a que pusiera sobre la mesa y sin los adornos diplomáticos que exige una reunión al más alto nivel, los requerimientos que nuestro vecino país del norte exige de la nación con la que comparte innumerables retos, necesidades y amenazas. Como se acostumbra en todas las reuniones bilaterales, los equipos del secretario de estado y de los funcionarios mexicanos con quienes sostuvo conversaciones esa mañana, el canciller mexicano primero y la secretaria de economía después, seguramente intercambiaron los asuntos que tocaría el encargado de la seguridad nacional de la primera hegemonía mundial y pactaron los discursos iniciales de los interlocutores, que adornaron de coincidencias, elogios y enorme disposición para colaborar.
Así, la secretaria Clouthier declaró que en el gobierno federal mexicano sabían que el presidente Biden había solicitado que, en un periodo de cien días, se llevara a cabo una revisión de las cadenas de suministro de su país; de manera específica aquellas que proveen a su industria con componentes estratégicas, como los microchips y las baterías de gran capacidad —las que utilizan los vehículos eléctricos—. Luego la encargada de implementar la política industrial de México afirmó ante el visitante virtual, que nuestro país podía convertirse en un proveedor seguro de tales suministros, a los que agregó los minerales raros.
En lo que respecta a las baterías y los minerales, efectivamente se sabe de los importantes yacimientos de litio y de algunas tierras raras como cerio, lantano, neodimio, praseodimio, samario, europio, gadolinio, terbio e itrio, con los que cuenta nuestro rico y vasto territorio. Sin embargo, para ninguno de estos dos suministros México cuenta con la tecnología que pueda refinar el litio para aprovecharlo en la fabricación de baterías, y menos aún existen tales capacidades para el crecimiento industrial de cristales de europio, terbio, neodimio y praseodimio, con los grados de pureza con los que se requieren en la industria fotónica actual.
Pero si el panorama para los insumos mencionados es ya de por sí muy retador para nuestro país, que en esta coyuntura ha disminuido no sólo la inversión en ciencia y tecnología, sino también ha limitado la formación de talento a los campos de la medicina y de las artes, exclusivamente; el ofrecimiento de que México pueda incorporarse a la cadena de suministro de microprocesadores que alimenta a los sectores automotriz, electrónico, de equipo médico, etc., es uno que luce imposible de respaldar con nada más que los buenos deseos. La industria mundial de los chips de propósito general está sumamente concentrada. Fuera de los Estados Unidos de América el diseño de estos microprocesadores prácticamente se realiza solamente por la empresa británica AMD, pues las compañías chinas fueron ya catalogadas como “rivales extranjeros” por el mandatario estadounidense. Mientras que su manufactura, tras la reciente retirada de Intel, ha quedado en las manos de la Taiwan Semiconductor Manufacturing Company y de Samsung Electronics, ya que nuevamente la Semiconductor Manufacturing International Coorporation china queda descartada. Así que el reto para México es enorme si de verdad quiere entrar en este sector estratégico, e inalcanzable sin la buena voluntad de nuestros vecinos.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
