Eric Rosas
Entre los pasados 9 y 18 de febrero arribaron a la órbita de Marte tres sondas espaciales de un igual número de naciones. Primero lo hizo la sonda emiratí “Al-Amal” (Esperanza), al día siguiente la china “Tianwen-1” (Cuestionador del cielo), y por último la estadounidense “Perseverance” (Perseverancia). Esta última ya realizó también la maniobra de amartizaje de su explorador y su dron asociados. Las tres misiones espaciales obtendrán información atmosférica y geológica del Planeta Rojo, con la intención de saber si nuestro planeta vecino alberga agua y dilucidar por qué su campo gravitacional es incapaz de retener los gases de su atmósfera.
Con estos tres arribos, el reducido club de países que han logrado llegar a Marte aumentó apenas a seis, menos del 3 % de las más de 200 naciones terrícolas. Del trío, los Estados Unidos de América y la República Popular de China son ya jugadores respetados en la exploración espacial; sin embargo, con este hito, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) han hecho una entrada estelar en la industria espacial, que marca el inicio de una carrera cuya meta es muy clara y ambiciosa: posar al humano (emiratí) en la superficie marciana para el año 2117.
La agencia espacial emiratí (el Centro Espacial Mohammed Bin Rashid) fue fundada el 6 de febrero del 2006 y tan sólo 15 años después ha logrado lo que muchas agencias nacionales no han podido conseguir – la Agencia Espacial Mexicana (AEM) fue fundada el 31 de julio del 2010 –. Y es que no bastan los actos de inauguración para que la agencia espacial de un país pueda alcanzar metas, lo que importa es que la nación y su gobierno tengan plena convicción en el compromiso adquirido. En el caso emiratí, la visión de futuro es clara: dejar de ser un país dependiente del petróleo, para convertirse en una economía basada en el conocimiento. Para ello los EAU han decidido invertir todos los recursos que aún puedan obtener de la venta de su crudo en una industria que garantiza, como pocas, un enorme desarrollo tecnológico y una cuantiosa generación de innovación, que eventualmente les redituarán con un crecimiento económico sostenido, como en el pasado ya lo han constatado también otros países petroleros, como Noruega.
La apuesta del país árabe no es temeraria, sino lógica, pues la industria petrolera está en pleno declive y solamente aquellas naciones que se encuentren atrapadas en el pasado, podrían seguirle apostando a un sector que vive sus últimos días. Para muestra basta un botón, hace unos meses el mundo atestiguó días en los que el barril de petróleo tuvo cotizaciones negativas; es decir, el vendedor tenía que pagar dinero al comprador para que éste aceptara su crudo. Y en el caso mexicano – quizá el peor de todo el orbe – el año pasado Petróleos Mexicanos (PEMEX) perdió unos 761 mil millones de pesos que, sumados a la pérdida del 2019, acumulan un derroche aproximado a un billón 200 mil millones de pesos del erario.
Resulta inimaginable todo lo que la AEM hubiera podido hacer, de haber recibido como presupuesto el dinero público que se ha desperdiciado con PEMEX en los dos años recientes. Pérdida que sólo aumentará en los años por venir conforme el hidrocarburo siga perdiendo su valor en todo el mundo y los mercados se reduzcan para la mezcla mexicana. El tiempo se agota y México debe volver al futuro cuanto antes, pues conviene recordar que no es cierto que un país no invierta en ciencia porque sea pobre, sino que termina empobreciendo porque no invierte en ciencia.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
e.rosas@prodigy.net.mx
Twitter: @DrEricRosas
22 de febrero de 2021
