Eric Rosas
A mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, las condiciones económicas de nuestro país comenzaron a volverse muy difíciles. Las recurrentes devaluaciones sexenales causaban que los salarios de los mexicanos perdieran valor de manera precipitada. La inflación, casi descontrolada, hacía que la labor de algunos sectores, particularmente la de los académicos, quedara en franca desventaja respecto de la que sus pares podían realizar en otros países. Fue entonces que, en 1984, desde el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología se propuso la creación de un mecanismo que contribuyera a aliviar tal situación: mantuviera un aceptable nivel salarial para los científicos mexicanos y con ello evitara su migración a otros países con infraestructuras consolidadas para la investigación científica y mejores niveles de ingreso. Así nació el Sistema Nacional de Investigadores (SNI), con un diseño que buscaba incentivar la realización de investigación científica con calidad internacional, para lo que eran indicadores clave la publicación de artículos de investigación en revistas prestigiadas, así como la formación de profesionales especializados a niveles de maestría y doctorado.
Con énfasis en estos dos indicadores es que el SNI ha funcionado por casi cuatro décadas, otorgando un nombramiento y un estímulo económico. El primero distingue entre dos categorías: la de candidato a investigador nacional y la de investigador nacional; ésta última con cuatro niveles, del I al III y la de emeritazgo. El emolumento asociado, tasado en múltiplos del valor mensual de la Unidad de Medida y Actualización (UMA) – unos 2 mil 641.15 pesos mexicanos a la fecha –, corresponden también en ese orden a tres, seis, ocho, catorce y catorce.
Tras 37 años de funcionamiento el mecanismo del SNI ha logrado aumentar sustancialmente el nivel de la calidad de la investigación científica que realizan los académicos mexicanos. El incentivo original por publicar los resultados de su trabajo en revistas científicas con un alto factor de impacto – un indicador de la relevancia de la revista –, ha hecho que muchos de los científicos mexicanos trasciendan nuestras fronteras y establezcan colaboraciones con colegas en todo el orbe, al punto que ahora la comunidad científica de México se ha integrado plenamente con la internacional. El éxito del SNI también se ha reflejado en la renovación del talento, pues nuestras instituciones de educación superior, públicas y privadas, y los centros investigación, han multiplicado la oferta académica y formado decenas de miles de profesionales altamente especializados en todas las disciplinas del conocimiento, que son quienes trazan el derrotero del México del presente y del futuro.
Pero ante los entornos nacional y mundial actuales, el SNI debe efectivamente ser revisado y adaptado para que los científicos mexicanos puedan seguir ayudando a que México responda ante las exigencias que el orbe demanda de la nación mexicana – la décimo primera en población y la décimo quinta en generación de riqueza –, y nuestra sociedad sea capaz de unirse responsablemente a la élite mundial que deberá liderar los destinos de la humanidad en las décadas por venir. Sin embargo, tal renovación del SNI no debe ser usada como instrumento para inocular ideologías ni para la adopción de prácticas discriminatorias – como la recién anunciada suspensión del estímulo económico a los académicos de las instituciones privadas –, ni mucho menos debe resultar en una simple sustitución de nombres.
Lo anterior, dicho sin aberraciones.
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