Arnxa Solleiro
María habita en el municipio metepequense, tiene 82 años y desde el mes de abril del año pasado no ha podido abrazar a su familia por motivos pandémicos, su único contacto con ellos es a través de llamadas telefónicas o visitas afuera de su casa.
El fin de semana, su hija María Dolores la visitó para llevarle un poco de comida y saber si necesitaba algo de despensa o medicamentos, puesto que debe de tener su presión arterial controlada por motivos de hipertensión.
Doña María sabe bien que es población de riesgo y asegura solamente salir a la calle para visitar al médico particular, confesando sentirse nerviosa por ello.
“No ha sido para mí nada fácil y yo creo que para ninguno. Siempre a una madre o cualquier padre, le hace mucha falta estar con su familia, especialmente sus hijos. Yo no he podido abrazar a mis nietos, tengo doce y los extraño a todos, hemos sido una familia muy unida, por lo menos cada fin de semana nos juntábamos para comer y ahora, con trabajos los veo o los escucho por el teléfono.” Compartió Doña María.
Por otra parte, para María Dolores, tampoco ha sido sencillo estar lejos de su mamá especialmente por ser una persona que necesite atención médica: “No solo extrañamos estar con ella, para todos es muy importante convivir como familia y ver por todos, pero ahora no tenemos remedio. Mi hija trabaja en un hospital y para beneficio de todos, no hemos querido verla por obvias razones. Tratamos de visitarla aunque sea en la parte de afuera, ella al menos nos ve la cara y nos escucha en tiempo real, no es lo mismo que una llamada. Le traemos sus medicinas, que es lo que más me preocupa, si necesita atender sus consultas, alguno de mis dos hermanos o yo la llevamos y nos aseguramos de ir bien protegidos o solicitamos que el médico nos dé consulta a domicilio. Ella también usa todo, cubrebocas, careta y le he dado un gel antibacterial que lleva todo el tiempo para que se limpie las manos. Me pongo muy nerviosa porque no quiero ahora sí, que ni el aire le rose, pero bueno es lo que hay.”
Mientras charlaron alrededor de veinticinco minutos, le llevaron ella y su nieta, una bolsa con comida, un poco de pasta y pizza porque dice “las disfruta mucho”, compartieron risas, momentos de felicidad que posiblemente deban de perdurar por lo menos una semana entera, hasta que de nuevo la visiten. Al finalizar, enviaron besos y abrazos a través del ventanal que refleja sobre todo, la sombra de la malla de seguridad en su rostro.
La experiencia es triste, un dejo de nostalgia emana por el cuerpo, pues un grupo de la población ha quedado en el olvido por muchos, bajo el pretexto de no poder visitarlos. Doña María menciona a través de un diminuto orificio de la venta: “ruego a Dios porque nos salve de este tormento. Me duele saber cuántos compañeros míos han muerto, –refiriéndose a personas de su edad- quisiera tener una varita mágica para ayudarles a todos pero ni siquiera me atrevo a salir para no enfermarme, ya llevo un año encerrada bien, Gracias a Dios, deseo que como yo tengo los hijos que tengo, que me han ayudado desde el inicio, así los tengan todos.”
Con base en el último registro de la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID) en el 2018, en México el 12.3 % de la población es de 60 años o más, equivalente a 15.4 millones de personas y 1 millón 746 mil 125 de éstos, viven solos como Doña María, quienes sin desearlo, han aumentado la sensación de soledad, así como de hartazgo por verse forzados a no tener un tiempo de esparcimiento fuera de las cuatro paredes que los protegen. No obstante sabe, “es por el bien de uno, porque tengo la ilusión de seguir viendo a mis hijos y mis nietos, por ellos le echo ganas y sigo aquí, aunque me duela no estar con ellos.”
(Foto: Aranxa Solleiro)
