69 kilómetros alejan a la ciudad capital del Estado de México, de uno de los 15 municipios con más casos de Covid-19 en la entidad.
El día 12 de noviembre se registraron 2 mil 294 infectados y 301 defunciones en Atizapan de Zaragoza. Su cercanía con la Ciudad de México, impide que las afectaciones se multipliquen.
Aranxa Solleiro
Cada hora se notifica de un caso sospechoso y durante el día ingresan alrededor de cinco a diez personas al área Covid. El caos presentado dese el mes de marzo no ha cesado y probablemente no ocurra en un futuro cercano. El riesgo a regresar al semáforo rojo oficialmente, provoca la desesperación de médicos que no han tenido descanso, de los que perdieron la vida porque seguir cuidando de enfermos era su única opción y por supuesto, su vocación.
El hospital general del municipio tiene un aspecto nocturno la mayor parte del tiempo, como si la escasa luz de lo que experimenta el mundo entero, se presentara directo en cada pasillo y habitación del edificio.
Se había alcanzado por lo menos de agosto a septiembre, un poco de tranquilidad, en tanto que de los 10 que ingresan diariamente en el presente mes, solamente se instalaban en aquel tiempo cinco o seis, de ellos por lo menos cuatro eran candidatos a intubación y oxigenación adversa a la de sus bronquios afectados.
“Llevo ya dos semanas metido, estoy cansado pero no se quiere ir el bicho de mi cuerpo, me dicen que voy bien y que hasta eso, he sido afortunado, porque no me han intubado. Siento agradecimiento no solo con Dios, también con los doctores y enfermeras que la verdad, me han tratado muy bien desde que llegue.” Comparte Daniel de 48 años.
El aumento de enfermos ha derivado por el incremento de movilidad y actividades sociales y económicas, no obstante, la baja de temperatura, potencia el peligro, las defensas del cuerpo se debilitan cuando se está acostumbrado a confluir en días donde el termómetro no disminuye de los 10 grados centígrados por las mañanas y noches.
Una enfermera del nosocomio camina con una tableta para comunicar a uno de los pacientes, que tiene ya diez días sin estar con su familia. Verle una sonrisa reflejada en el cubrebocas, aumenta la esperanza de cualquiera de los soldados que portan una careta como casco y una bata como uniforme.
“¡Hola, papi! ¿Cómo estás? Dime que ya te sientes mejor, ya vente, ya me haces mucha falta.” Resuena en las bocinas del dispositivo la voz de su esposa, con un semblante de tranquilidad a pesar de que internamente se encuentra probablemente deshecha.
Diez minutos de conversación, alimentan las ganas de seguir mientras el monitor marca una estabilidad cardiaca que debe mantenerse así durante el tiempo que se quede hospitalizado.
Como él, se encuentran otros seis en la misma habitación, la separación solo depende de cortinas blanco-azuladas que no hacen más, que seguir penetrando de tristeza el espacio.
La mayoría de los hospitalizados siguen siendo personas obesas, con sobrepeso, hipertensos y diabéticos. Solo un asmático se cruza por mis pasos dados. Se encuentra intubado, el escenario se vuelve aún más denso y la oscuridad se palpa, no solo se observa.
Antes de ingresar al hospital, el metro de la Ciudad de México parecía como cualquier otro día habitual, con decenas de pasajeros con cubrebocas de uno y otro color, textura y diseño.
Se percibe también la diferencia de clases a través del tipo de material con el que están hechos. El mundo continúa su curso por obligación, porque en su mayoría de veces no existe otra opción. Pero también están los que se ríen de quien cubre sus manos con guantes o sus rostros con caretas.
Uno de los médicos recibe una llamada del jefe en turno “prepárense porque ya estamos casi por pasar a rojo, la próxima semana seguramente nos empezarán a dar más indicaciones.” El cuerpo se inmuta.
El Estado de México aún no se encuentra por segunda ocasión en semáforo rojo, por salud económica y para algunos mental, no obstante en los hospitales el terror sigue, las noches de angustia, las camas pobladas, las cicatrices, las marcas en la piel y la escases de oxigeno también.
(Foto: Aranxa Solleiro)
