Aranxa Solleiro
Buen Fin pro turismo
Bourdieu decía que nuestro capital social, se alimenta en gran parte por la producción del espacio en donde cohabitamos. Es decir, nos movemos conforme a lo que vemos y consumimos, conforme a lo que se reproduce y converge en nuestro espacio.
Un ejemplo es el movimiento de grupos sociales en el ya famoso Buen Fin, el cual por supuesto, tiene por objetivo quemar las carteras de los trabajadores que –en su mayoría- dedican entre ocho a doce horas diarias laborales, motivándolos a gastar el bono anual adelantado para estar endeudados, probablemente un año o incluso más.
Los misiles de precios rebajados o con la supuesta aplicación de descuentos, seducen el cerebro de la gente para comprar y comprar, sin pensar tanto en el verdadero ahorro que realizan, el cual es en su mayoría de veces es escaso o nulo.
¿Hacer más pobre al pobre? Posiblemente, no obstante, existen artesanos de alimentos y bebidas, pinturas, esculturas, textiles y floristas, que aprovechan la oportunidad de vender un poco de lo que el año acumuló.
Como amante del turismo y ciudadana consciente del escenario en el que habitamos, donde permanecieron sin labores o escasa producción la mayoría de establecimientos dedicados a la prestación de servicios, elaboración artesanal y alimentos y bebidas, valdrá la pena evadir un momento los centros comerciales aglomerados para salir un poco de la zona de confort y caminar por los espacios donde Don Javier, Francisco, Imelda, Guadalupe y Rocío trabajan día a día para adornar de talento sus locales o el pedazo terrenal del cual se apropian para instalarse.
Si el objetivo de la estrategia comercial es apoyar al sustento de la economía y darle un ingreso a aquellos a quienes más les hace falta, ¿por qué no impedir que el productor de rebozos se vea en la necesidad de reducir el precio al esfuerzo de Magali que despierta diario a las cuatro y media de la mañana para comenzar a tejer junto a sus diez, doce o quince compañeras de la región mazahua de San Felipe del Progreso?
La pregunta posiblemente se hizo larga, empero la afectación social y económica derivada del Sars-CoV-2 se presenta como analogía a lo que viven desde el 23 de marzo miles de comerciantes.
En el Estado de México tan solo, existen 12 casas de artesanías, de las cuales dependen más de veinte familias en cada una, si percibiéramos el diminuto umbral de lo que beneficiamos al comprar una mermelada, un licor, una maseta o un juguete de madera, no solo generaríamos mayor protección a las patentes de éstas, sino que tendríamos más adición a nuestras raíces.
La estrategia capitalista podría verse perpetrada para un mundo desmoronado como el mexicano, sin embargo analizar debidamente lo que verdaderamente merece obtener el ingreso salarial de nuestro trabajo diario, podría convertirnos por fin en mejores consumidores y participantes del sistema al que tanto señalan como la maldición de cada nación.
Además, no solo evitaremos una infernal y poco alentadora incentivación de contagios poco controlados por caminar en espacios atestados de personas, sino también, sabremos de la riqueza con la que cuenta el sitio donde habitamos o incluso, sería el pretexto anhelado para desplazarnos a pequeños pueblos cercanos a la capital para consumir de la heladería de Don Fernando que tiene más de 30 años elaborándola o comer en la cocina económica de Doña Chayo que ha alimentado a generaciones enteras.
Considerar al Buen Fin como enemigo es también, evadir áreas de oportunidad como ésta, que bien pensada y realizada, podría generar grandes beneficios a comunidades enteras.
El turismo y sus dependientes se desvanecen lánguidamente en el presente año, por tal motivo depende de sus consumidores levantarlo y darle la oxigenación que tanto aclama.
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(Foto: Aranxa Solleiro)
