28/Mar/2024
Portal, Diario del Estado de México

Nessly Washington, testimonio de esfuerzo y entereza en la búsqueda por una vida mejor

Fecha de publicación:

Cabo Gracias a Dios, perteneciente al territorio hondureño y nicaragüense. Para llegar a él, se necesita un día para llegar a Palenque en Chiapas, otro para llegar a Tegucigalpa y tres días para conectarse en una especie de ferry que la traslada a su hogar, el cual abandonó en compañía de su hija de 8 años. 

Aranxa Solleiro

Nessly Washington es madre soltera de dos hijas, con una trayectoria digna de crear uno de los libros más interesantes. Por decisión y protección, tuvo que dejar en casa de su madre a su hija más pequeña, ya que primero necesitaba asegurar una protección y una oportunidad de vida para las tres. 

“Si yo le contara bien lo que siento, la verdad es que siento feo, es muy difícil.” Responde mientras acerca una silla para sentarse dándole la espalda al sol, mientras el frío comienza a evaporarse en la ciudad toluqueña

“Me vine por los problemas, por la inseguridad, la delincuencia, porque ya no quiero que mis hijas sigan viviendo eso. Cuando me salí la verdad es que sentí tranquilidad porque ya por fin iba a dejar todo eso pero no fue sencillo. Llegué primero a Palenque y ahí me detuvo migración. Me trataron muy mal, la verdad. Nunca pensé que nos tratarían así pero sí. Salí el 8 de diciembre del año pasado (2019) de Honduras y el 10 de diciembre ya estaba yo en México con mi hija, las dos solitas.” Se acomoda de manera precisa sosteniendo una mano sobre la otra, se desenvuelve cada vez más, como si su corazón se abriera lentamente para evocar sus recuerdos. 

Nessly o mejor conocida como Washigton, lleva dos meses en Toluca, con el deseo de buscar una vida mejor, empero, sus papeles migratorios fueron detenidos en Palenque, teniendo que pasar 40 días en el Albergue 72  en Tenosique, Tabasco, una de las principales casas refugio para migrantes en México, padeciendo actitudes que muy poco son aceptadas en la comunidad mexicana: racismo y rechazo. 

“Estuve 40 días, bajamos mucho de peso porque no comíamos, apenas nos daban un poco de arroz pero siempre estaba mal cocido, nos hacía daño, entonces preferíamos no comer, a veces pasaba yo dos días sin nada en el estómago pero no tenía mucha opción. Estábamos en ese lugar como prisioneros, dormíamos como 30 o más en un cuarto bien chiquitito, algunos se podían acostar, otros parados, otros sentados, como podíamos ahí estábamos. Yo me dormía en un colchón pequeñitito con mi hija, la pegaba a mí y con eso trataba de que estuviéramos bien las dos.” Celina (su hija) nos observa con una sonrisa confusa y comenta suavemente: “a mí me gustaría hablar pero casi no sé español.” Su madre sonríe y la mira con un amor inmenso.

El idioma nativo de ambas es el misquitu, de la cual 180 mil personas son hablantes, creando una esfera magnífica que pareciera casi impenetrable por otros. Durante su tiempo en Honduras, al ser un país donde la apropiación estadounidense converge, tiene conocimientos sólidos de inglés, mencionando que es más fácil para ella entenderlo que el español.

“Me ha costado trabajo aprender el español porque nunca lo hablamos en mi casa, lo que hablaba desde chiquita era el misquitu y el inglés, el español ya lo aprendí cuando tuve que irme a trabajar a Tegucigalpa para pedir trabajo, si no tampoco me entendían.” 

Ser migrante dentro de un mundo globalizado representa el conocimiento de idiomas de manera forzada para continuar con su vida y alcanzar por lo menos un poco de lo que se refleja delicadamente en su mente. 

Washington se detiene un poco con una mirada pérdida al recordar el mes y diez días que tuvo que vivir sin ver la luz del sol, ya que tampoco lo tenía permitido. Buscó ayuda a Derechos Humanos con una denuncia que le permitió trasladarse al refugio “Hermanos en el Camino” en Toluca, pasando un mes de adrenalina en la Ciudad de México, donde por miedo no salía a la calle y solo lo hacía en momentos de extrema necesidad. 

“Yo quisiera que mi hija estuviera en la escuela, traerme a mi hija chiquita porque la extraño mucho y atender a mi mamá que está enferma pero no he podido trabajar por la pandemia y porque mi papeles ya me los negaron y no me han dado mi visa. No me importa si tengo que hacer mucho esfuerzo en algo, solo quiero chambearle y darle una vida buena a mis hijas.”

Celina abraza fuerte un oso de peluche que le fue regalado, compartiendo que el 14 del presente mes cumplirá nueve años y su única ilusión es poder tener una comida digna de una vida llena de lucha y valentía, asegurando la dificultad de insertarse en un territorio diverso al nativo. 

Washington estuvo enferma “de algo así como gripa y mucha fiebre” durante una semana, sin poder levantarse de su recámara que edificó al interior de una camioneta en desuso, por ello, tampoco preparó comida para sus compañeros, en tanto que es la encargada de hacerla todos los días al contar con experiencia en cocina, ya que trabajaba como cocinera en su país. 

Hoy, le pide al ser supremo que la vigila y al cual le tiene fe, que por fin le den una respuesta positiva para obtener su legalidad, para dejar de esconderse o invadir su pecho de temor por ser deportada o peor aún, llevada a un refugio parecido al de Tabasco donde pareciera que el tan solo emitir un suspiro es símbolo de castigo y maltrato

“Pero estoy muy agradecida con la gente de aquí, al menos me han dado lo que necesito, ojalá yo pudiera dar más pero primero Dios, ya se dará.”

Foto: Aranxa Solleiro

Tags: en Sociedad
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