El personal de salud se ha identificado solamente como aquellos que tratan a pacientes Covid-19 y su trabajo del día a día es representado por largas jornadas laborales que necesitan vocación, valentía y mucho respeto a lo que hacen.
Aranxa Albarrán
Sin embargo, existen otros que por formación, han llevado el nombre de “doctor” y/o “médico” para atender distintas partes del cuerpo que también necesitan un cuidado exhaustivo y minucioso. Los dentistas, oficialmente conocidos como “odontólogos”, también han sido de gran aporte al mundo de la salud.
Sin ellos, los daños a la cavidad bucal serían una catástrofe en su mayoría de casos y el sistema nervioso e incluso el óseo, serían de los más afectados también, en tanto que las infecciones dentales suelen extenderse a los lóbulos frontales. Cuando el lóbulo frontal está afectado puede presentarse inicialmente, además de la cefalea, el letargo, el déficit de atención y, posteriormente, aparece el deterioro del estado de conciencia y los trastornos del habla. No obstante, usualmente esta área es conocida como el “área silenciosa del cerebro” (Mace, 2010).
Los dentistas conviven con partículas salivales que durante una pandemia, podrían atentar severamente con su vida, sobre todo si el virus pululante se trasmite directamente de ellas. La escasa atención a la salud bucal podría culminar en una hospitalización urgente que en el presente, sería intensamente peligroso.
La odontóloga Mayra Vallejo, ejerce desde hace más de 20 años, sus pacientes acuden e ella con regularidad, pues su trabajo ha sido desde su inicio, apreciado y agradecido. A pesar de ya haber vivido anteriormente pandemias como la influenza, su labor no se vio notablemente afectada, pues se tuvo un control más eficaz de la transmisión de la enfermedad. Ahora, después de 25 años en servicio, tuvo que detener por lo menos mes y medio su trabajo, postergando citas y reduciendo solamente su atención a pacientes con graves daños bucales.
“Estuve agendando citas mientras estábamos en confinamiento, pero siempre les deje saber a mis pacientes que posiblemente podríamos tener movimientos en ellas, porque no sabíamos cómo iba a estar todo este asunto. Desde ese primer mes de encierro, en Marzo, me puse a comprar el equipo de protección necesario pero todo se elevó muchísimo, nosotros como dentistas ocupamos cubrebocas y guantes, incluso cuando tenemos que hacer cirugías, utilizamos lentes de protección, entonces podría decirse que ya contábamos con todo, pero quise surtirme un poco más, conseguir más pijamas quirúrgicas y las caretas, que en ese momento me costaron el doble de lo que ahora cuestan. Entre 200 a 500 pesos gastamos en una sola de ellas.”
El gasto se elevó, la pérdida de ingresos y también el riesgo por ser afectados sorpresivamente por alguien que a pesar de no sentirse enfermo, fuera capaz de infectarla.
“Sí perdí las ganancias de las consultas, pues de eso dependo casi completamente porque también doy clases para licenciatura en odontología, pero el mayor ingreso obviamente lo obtengo de aquí. Preferí cuidarme y cuidar a mi familia, vivo con mi esposo y mi mamá, los dos me preocupan pero más ella porque ya tiene más de 80 años y si se llegara a enfermar, sé que estaría muy difícil su recuperación o su atención.”
El regreso a sus instalaciones fue paulatino, comenzó a atender pacientes a partir del mes de mayo, sin embargo solo trabajaba tres días de la semana y con citas que ya debían ser atendidas con urgencia.
“Tuve pacientes que necesitaban de una endodoncia y mantenerlos con medicamento para calmar el dolor y la inflamación, también podría ser contraproducente. Así que dejamos el miedo por un lado y me puse a trabajar. Mientras yo llevara los cuidados debidos y ellos también, todo saldría bien. Y hasta el momento, tres meses después de que volví a atender, no he tenido problemas pero sé que no se debe bajar la guardia, pues aunque parezca que cada día hay menor riesgo, creo que deberíamos de tomarlo al contrario, pensando en que ahora habrá más facilidad de contagiarnos, porque ya somos muchos más en la calle y si antes era difícil tener una distancia o interacción con alguien, ahora peor.”
<<Abra la boca grande, grande, ya nos queda poco para terminar.>> Se funden luces que alumbran la zona que debe ser atendida del paciente, se sintoniza con el sonido del succionador que eliminará la saliva, la cual posiblemente sería un arma letal si se trata sin precaución. Se introduce el taladro y se pone a prueba la careta que protegerá aún más el rostro.
“Claro que es incómodo, imagínate, tienes la luz con la que enfocas la zona a tratar que provoca siempre mucho calor, llevas el cubrebocas (el cual es un N95), los lentes de protección que se deben de ajustar bien a la cara, si no de nada sirve y encima de todo, tienes que portar la careta. Uno siente que no puede hacer nada y hasta lo ves como un reto pero no tienes de otra.”
Se escucha un estruendo de quejido de parte del paciente, se percibe una especie de batalla y al final, se reproduce una sensación de alivio al ser capaz de haber cumplido con el objetivo. No obstante, se da paso a la desinfección de todo: las herramientas, el pijama quirúrgico, el sillón donde se coloca al paciente, la lámpara, y cada recoveco posible dentro de las cuatro paredes del consultorio. Se despoja de los guantes, hace un lavado de más de 20 segundos a sus manos hasta el codo y limpia cada centímetro de su equipo de protección. 45 minutos se pierden en el proceso y con cautela, se detiene en la puerta para dar aviso al siguiente paciente que puede ingresar.
“Así es esto, no hay más que acostumbrarse.” Y cierra la puerta para comenzar con la batalla nuevamente.
8 de cada 10 mexicanos presentan problemas de salud bucal, por lo que ante el riesgo latente, se deberán de incrementar los cuidados para evitar riesgos de suma alerta.
Foto: Aranxa Albarrán
