29/Mar/2024
Portal, Diario del Estado de México

Agricultura industrial, el gran engaño del “progreso” en el sistema alimentario

Fecha de publicación:

La pandemia ratificó el gran fracaso del sistema alimentario industrial que afecta permanentemente a los territorios y a los cuerpos; deja gravísimos lastres en la salud y el ambiente. Debilita  nuestro sistema inmunológico, la calidad, la vastedad y la variedad de la alimentación que hasta hace no muchos años se apegaba a los ciclos campesinos de temporada y se comercializaba e intercambiaba por canales de confianza. Podía llegar a  los mercados de abastos y otros mercados exigentes.  

Aranxa Solleiro  

Han surgido múltiples maneras de controlar, uniformizar y monopolizar la alimentación desde la semilla hasta el producto final. Ahora, los estándares de “sanidad” o “inocuidad”,  parte del libre comercio, favorecen la industrialización  de los alimentos y el control monopólico corporativo. Tales estándares encierran un sinfín de contradicciones e injusticias  y no obstante se volverán más agresivas con las regulaciones  por la pandemia de Covid-19.  

En junio de 2019 se realizaron las “jornadas contra las políticas  anticampesinas en Ecuador”. Participó la Red Agroecológica de Loja con la presencia de un miembro de la  Red en Defensa del Maíz de México, que denunció los daños  provocados  por el TLCAN (hoy T-MEC) sobre el agro mexicano. 

El objetivo era mirar la destrucción de la vida campesina  que instaura el libre comercio por los territorios y por el mercado interno en Ecuador y en América Latina, y su relación con tratados internacionales que amenazan la supervivencia  de los pueblos. 

Uno de los ejes centrales fue analizar las legislaciones de  sanidad e inocuidad, que anidan los intereses de las transnacionales agroalimentarias, el capital financiero y la sociedad  de mercado. Así se tornan nuevas políticas públicas para la dominación y despojo de los pueblos. 

A inicios del siglo XX, la agricultura sufrió una bifurcación.  Hasta entonces radicaba en los pueblos originarios y en el  mestizaje que da origen a las poblaciones campesinas. Su  base era la biodiversidad de semillas, la integración entre cultivos y animales, y el respeto a los ciclos estacionales y cósmicos. Las nociones de equilibrio dentro del ecosistema eran fundamentales. En los bosques nativos tropicales no existe la idea de las plagas, sino interrelaciones biológicas complejas desarrolladas en procesos de evolución milenaria.  Del mismo modo, en los sistemas de cultivos, sea la milpa mesoamericana o la chacra andina, los pueblos han forjado estas relaciones, así que las “plagas” y los insectos benéficos son un asunto muy diferente en la agricultura campesina o en la industrializada. 

En este mismo periodo, la agricultura empresarial capitalista tomó un giro radical, se desmarcó de la agricultura tradicional y tomó impulso con la energía fósil propia de la  civilización petrolera. 

La agricultura industrial responde a la acumulación de  riquezas de las corporaciones transnacionales y se orienta,  con disfraces como las políticas sanitaristas y el control de  semillas, a destruir a la madre, a la agricultura originaria, a la  fuente de semillas y sustento de los pueblos. 

Los monocultivos se expanden con el uso de semillas híbridas o transgénicas donde todas las relaciones de equilibrio quedan destruidas. En el campo, estas semillas requieren fertilizantes químicos. Al crecer son completamente vulnerables al ataque de plagas y enfermedades, requiriendo la aplicación de pesticidas que son venenos para el cuerpo y tóxicos para el cuerpo ampliado, llámese de esta manera al “territorio”, ambiente o naturaleza

Las leyes sanitaristas se basan en esta lógica y multiplican  el uso de pesticidas para combatir plagas y enfermedades  creadas por esta forma deformada de la agricultura. Los equilibrios  se rompen. Y se necesitarán más venenos, pesticidas y  medicamentos, abriendo un mercado de venta de químicos y multiplicando las ganancias. 

De tal manera se percibe más un modo de legitimar la necedad tecnológica de  la Revolución Verde para producir alimentos y volverla una normalidad. El sistema de sanidad argumenta la prevención, el control y la erradicación de plagas y enfermedades y es eso  exactamente lo que provocan. 

En el Estado de México, por ejemplo, los pueblos de alta montaña se localizan en torno a las grandes elevaciones del eje neovolcánico transversal, a altitudes que rondan los 3,000 msnm (zonas de vocación forestal donde decrece significativamente la productividad agrícola), con climas semifríos y en estrecha relación con bosques de coníferas, principalmente de pino y oyamel. 

Cuando se analiza la problemática ambiental de los sistemas montañosos se puntualiza sobre los efectos negativos que tiene la presencia humana en proximidad a las zonas boscosas. El recuento de los daños incluye la deforestación, la pérdida de la biodiversidad, el deterioro de los suelos, el incremento de plagas y enfermedades, entre otras problemáticas. Un aspecto que suele soslayarse en los estudios ambientales es que la situación que prevalece en los pueblos de alta montaña es el resultado de procesos históricos de poblamiento y apropiación del entorno geográfico. 

En el periodo de la pandemia se han manifestado expresiones  de los gobiernos que alarman por el ataque  a la alimentación de la gente. En Ecuador, Brasil, Honduras,  Colombia, Perú, Bolivia y México, lejos de aliarse con el campesinado nacional, se pretende suplir la demanda con importación de alimentos, reduciendo los aranceles y flexibilizando las políticas de calidad y cuidado del medio ambiente.  Promueven y destinan los recursos a la agroindustria global  y profundizan el despojo de comunidades campesinas e indígenas. 

Los gobiernos quieren aprovechar la oportunidad para robustecer a sus aliados transnacionales ignorando la crisis  ambiental y de salud planetaria. Es un asunto con colores abyectos que para solucionar la posible carencia, pretendan eliminar las eficientes maneras milenarias de darle de comer a todos. 

Lo más grave es que estos sistemas sanitarios en el campo agropecuario y en el procesamiento de alimentos sirven  muy poco para proteger la salud pública. 

En el campo de las alternativas, se requiere retomar una mirada de lo alimentario ligado a los sistemas locales de base comunitaria y a la defensa de la soberanía alimentaria. Las redes campesinas han sido gestoras históricas de una fecunda biodiversidad, cuidadores de las semillas y de la calidad  integral de los alimentos y los ecosistemas. 

(Foto: Aranxa Solleiro )  

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