Apenas este 27 de julio, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos adoptó la Resolución 04/20 , que establece las “Directrices interamericanas sobre los derechos humanos de las personas con COVID-19”, señalando que los Estados deben dar cumplimiento a sus obligaciones de respeto y garantía de los derechos humanos de las personas con COVID-19, incluyendo la integración de un enfoque interseccional y multidisciplinario que reconozca y afirme la dignidad humana, la eliminación de todas las formas de discriminación, así como la indivisibilidad y la interdependencia de tales derechos en sus normas, políticas y toma de decisiones, como al interior de todos los poderes públicos de los Estados.
Ximena Barragán
Aunque parecería un documento innecesario o reiterativo, la realidad de los pacientes activos y recuperados, de Covid -19 nos demuestra la verdadera necesidad de establecer normativas de conducta para evitar la discriminación y otras represalias por padecer la enfermedad.
De acuerdo con una paciente recuperada, que sufrió una leve enfermedad, en lo que a sintomatología física refiere, la peor parte no es la falta fue la falta de aire, los dolores de cabeza, ni el agotamiento continuo, sino las represalias sociales por ser covid-19 positivo.
La historia de Ana Ramírez es una similar a la de muchos pacientes ambulatorios que, como la mayoría de los ciudadanos había tenido los cuidados recomendados y acatado las medidas de Sana Distancia, y otras más estrictas.
Ana, comenzó a trabajar, y hacer todas tus actividades, en casa desde el 2 de abril, hasta que, una vez levantada la Jornada Nacional de Sana Distancia tuvo que trasladarse a la oficina a atender temas que requerían su presencia física.
Así, se presentó 4 veces entre mayo y junio, haciendo uso correcto de cubrebocas y careta, manteniendo una sana distancia y asegurándose de seguir los protocolos de limpieza de sanitización establecidos.
Sin embargo, después de su última visita notó que algo no estaba bien en su estado de salud “me dolía el cuerpo, tenía un fuerte dolor de cabeza (que sabía no era migraña), ardor de garganta”.
Al comentar su síntomas con profesionales de la salud y bajo la recomendación de su médico de cabecera, Ana determinó que sería mejor someterse a una prueba para descartar la posibilidad de haber contraído el virus SARS COV 2, no sin haberse sentido dudosa “tenemos tanto miedo a las represalias que nos negamos a pensar que lo tenemos”.
Una vez que pudo localizar un laboratorio privado que ofreciera el examen PCR avalado por el Instituto de Diagnóstico y Referencia Epidemiológicos y hubo notificado a sus superiores y colegas en el trabajo, se sometió a la prueba.
Mientras esperaba por los resultados, Ana continúo su vida normal, no sin dificultad, pues los síntomas se intensificaban “disminuyó mi desempeño en las actividades físicas (entrenamientos multidisciplinarios y gimnasia), debilidad, bajo rendimiento intelectual, cansancio extremo “Tenía que trabajar desde cama y dormía mucho”.
Tras unos días de espero, Ana recibió los resultados que manifestaban presencia detectable del virus en su cuerpo, que la colocaba como un paciente ambulatorio. Una vez más notificó en su trabajo.
A pesar de que en días anteriores había hecho un esfuerzo por continuar con sus labores, a partir de la confirmación de su padecimiento, las autoridades correspondientes en su fuente laboral determinaron darle un “permiso médico” con goce de sueldo, cortando toda relación con ella y adaptando una actitud alarmista ante su estado de salud “No contestaban mis correos ni mensajes, hacían bromas y comentarios fuera de lugar … pareciera que podía contagiarlos por teléfono”.
Incomunicada con el personal laboral y afectada por los síntomas, Ana decidió acudir a sus familiares para el apoyo en sus cuidados, pues vive sola y el autocuidado es difícil por la falta de energía.
Siguiendo los protocolos de cuidado en casa (sana distancia, cubiertos personales, máximas medidas de higiene ) y con la ayuda de su familia, que no han presentado síntomas, Ana logró concluir el ciclo de la enfermedad sin mayor complicación ( a excepción de una complicada noche por falta de aire).
Aunque el ciclo el virus había concluido y ella ya se sentí bien, Ana no pudo reincorporarse a sus actividades laborales hasta no tener un certificado médico que avalará su estado óptimo de salud.
La actitud distante ni los comentarios en grupos de mensajería no habían cambiado, pero Ana tenía la esperanza de que al volver las guardias de oficina pudiera compartir su experiencia y tener una retroalimentación positiva, pero no fue así. A pesar de que una prueba PCR aclaraba que ya no podía contagiar a nadie, el rechazo fue inmediato “camino hacia ellos y se quitan… me tienen miedo”.
Aunque han pasado más de 28 días, Ana aún siente las consecuencias de la enfermedad, no solo en su cuerpo (sus pulmones y flora intestinal se perciben resentidos), sino también , y de manera más grave, en sus relaciones interpersonales.
(Foto: Web)
