Son muchas los grupos con vulnerabilidad en la pandemia, las personas mayores son personas principales, especialmente los que habitan en asilos o tienen que salir de sus casas para mantenerse. Las casas de descanso para adultos mayores desde siempre, se han considerado como espacios de abandono, puesto que por escasas posibilidades y recursos de mantenerlos con cuidados en casa, son llevados a este tipo de residencias.
Aranxa Solleiro
No obstante, la pandemia ha incrementado el número de adultos mayores en situación de exclusión social, su acceso a atención médica y el olvido de familiares al considerar que por no tener la posibilidad de visitarlos o mantenerlos a salvo conservan una distancia y abstención de visitas, además de que hay quienes han estimado abandonarlos en asilos.
Rosa Kornfeld-Matte, experta de la ONU en derechos humanos, mencionó en el mes de mayo del presente año que “son alarmantes los reportes de personas mayores abandonadas en asilos, o de cadáveres sin reclamo en las mismas instituciones. Se trata de algo inaceptable.” No solo en situaciones habituales se padece su olvido y desatención de parte de familiares o conocidos, sino que ahora, existe otro factor alterno que atenta contra ellos: el Covid-19.
Los ancianos, tienen padecimientos o condiciones subyacentes, por los que han sido excluidos de la sociedad y viven en la pobreza, con acceso limitado a los servicios de salud o en espacios de confinamiento como prisiones o asilos. Además, la exclusión se ha exacerbado por las medidas de distanciamiento social que, entre otras disposiciones, no permiten visitas en los hospicios. La distancia social no debe convertirse en exclusión social.
Existen mujeres y hombres que ante todo, viven solos y deben de conseguir día a día un ingreso para continuar con su vida, varios salen a las calles o a tianguis a vender sus productos, los cuales en su mayoría, ofrecen alimentos como verduras, frutas y hierbas, su fortaleza es admirada y sobre todo sus ganas de seguir adelante a pesar de los pesares.
Doña Lucha de 77 años, viene del pueblo de Tlacotepec, cada día se instala en el Mercado Juárez para vender hierbas de olor y medicinales como: árnica, manzanilla, clavo, eucalipto y menta. Desde las siete de la mañana toma un colectivo que la deja en la terminal de la ciudad. Sus manos, pies y rostro, figuran fehacientes su cansancio y al vez, su entusiasmo ante cualquier adversidad para continuar y seguir aportando un ingreso a su hogar.
“Una quisiera no salir de casa pero no puedo, necesito tener algo de dinero para la comida o cualquier otro gasto que nunca hace falta. Apenas estoy vendiendo un poco más de mi pasaje y con eso ya puedo tener un guardadito para lo que sea.” Argumentó.
En su casa solamente se encuentran ella y su esposo, quien también se dedica a lo mismo y entre los dos tratan de mantenerse para no dejarse caer. Dos de sus hijos viven en la Ciudad de México y uno de ellos emigró hace más de quince años a Estados Unidos, sus visitas son esporádicas en días comunes, hoy entre la pandemia, no han podido verlos con la intensión de no afectarlos de salud. Está inscrita a programas de apoyo social, sin embargo no siempre resulta ser lo suficiente.
Don Lupe por otra parte, acaba de cumplir el mes pasado 79 años, vive en la ciudad junto con su esposa, sus hijos residen también en la capital, empero por sus actividades laborales dentro de la central de abastos, los ha visto por lo menos tres veces durante la pandemia. Con Magdalena, su esposa, atienden una tortillería desde hace más de 30 años y menciona que a momentos es lamentable el no poder desenvolverse como acostumbraban pero intentan hacerlo para cuidarse y volver a ver a sus hijos en un futuro próximo.
Don Lupe, Doña Magdalena y Doña Lucha, cuentan con un hogar al que consideran como refugio. No obstante, existen quienes dentro de un asilo, su familia se convierte en compañeros de la misma edad o cuidadores que no en todo momento son benevolentes con ellos, puesto que hoy por hoy se dan más casos de abusos en dichos espacios de parte de enfermeros o enfermeras. Y quienes han tenido contacto con personas infectadas de Covid-19, ahora se ven aún más afectados por una discriminación debida a su edad para obtener atención médica.
Los ancianos según la experta Kornfeld-Matte, “requieren derechos específicos de protección, por lo que urgió a adoptar un enfoque holístico que contemple las garantías fundamentales de ese colectivo y que garantice que ejerzan esos derechos, particularmente el de acceso a servicios de salud.”
La experta expresó alarma por la forma en que se asignan los recursos médicos y citó el caso de los ventiladores de las unidades de terapia intensiva, que toman en cuenta sólo la edad y niegan a las personas mayores su derecho a la salud y a la vida.
Señaló que si bien las personas mayores se han hecho visibles por su vulnerabilidad frente al Covid-19, no se han escuchado sus preocupaciones u opiniones. Al contrario, se ha evidenciado el desprecio de las sociedades por la vejez. “Esto lo hemos visto en el lenguaje cruel y deshumanizado que circula en las redes sociales, que hace énfasis en la vulnerabilidad e ignora la autonomía de los ancianos.”
Kornfeld-Matte llamó a las autoridades a garantizar que el apoyo esencial no coloque en riesgo a las personas mayores ni a quienes las cuidan. “Las comunidades y todas las generaciones deben unirse para sortear esta crisis con solidaridad”
La distancia física es vital en estos días, sin embargo, se deben hallar maneras creativas y seguras para incrementar las conexiones sociales. Las personas mayores deben contar con herramientas para mantenerse en contacto, incluso aquellas que se encuentran en residencias geriátricas o en áreas remotas. Y no escatimar en el apoyo social que deben de mantener para su sustento, puesto que en su mayoría, ya no cuentan con un ingreso seguro que les proporcione un beneficio a su salud.
(Foto: Aranxa Solleiro)
