29/Mar/2024
Portal, Diario del Estado de México

Confesiones de turista

Fecha de publicación:

The restless traveller 

Aranxa Albarrán Solleiro

El 18 de abril de 2019, había despertado a las cinco de la mañana, tras la ventana de la habitación de Charles, hijo de Helen quien me rentaba el espacio, se asomaba un rayo de luz penetrante. El umbral de las cortinas se dibujaba en la alfombra que –por mala suerte- me causaban una alergia suicida. De inmediato, mi cabeza lanzaba llamados de alegría porque por fin, sería el día de visitar uno de los museos más extraordinarios del mundo, o al menos eso era lo que había leído centenares de veces en revistas de turismo convencional. 

Me alisté, Helen despertaba muy temprano para dejarme preparado el desayuno, sin embargo, cada día quitaba o anexaba algo de los ingredientes: un día manzana, al otro cereal, un día mermelada, al otro miel, y una cadena similar durante mi estancia. Nunca me causó conflicto, me parecía un acto fantástico y sumamente peculiar al considerar que los ingleses son un tanto lejanos a ser plenamente serviciales. 

Una taza con té y leche me inyectaba la energía suficiente. Salí, por supuesto, dejando las pantuflas en la puerta e intercambiándolas por mis desvencijados pero extraordinarios Converse. Puse pie en el laberinto del fraccionamiento donde habitaba, nunca me fue posible encontrar a la primera la casa, a pesar de las decenas de ocasiones que tuve que salir de ella. La razón de las puertas de colores daba un sentido entonces, no obstante había más de diecinueve en el mismo “block” de color blanco y entonces para mí, parecía inservible.

Arribaba a la estación del tren, solitaria, siempre solitaria, la humedad de las paredes inyectaban una sensación de frialdad especial, como si a pesar de los 12 ° de temperatura, de inmediato se sintiera una de 5 ° o tal vez menos. Dirección a Holborn, una hora por lo menos sería implementada para llegar. Seleccioné por facilidad y probablemente por cábala, sentarme en la última fila. Dos chicas provenientes de Asia fueron mis compañeras en el asiento de frente. Una de ellas llevaba a su hijo en la carriola, jugamos con muecas y demás. La madre, agradecida, me sonría cada dos segundos al menos. 

Posterior al tren, caminé con intensidad hacía el museo, deseaba llegar antes de que dieran acceso, sabía que por lo menos las ocho horas de apertura, estaría enclaustrada alimentando mi vista, mi mente y también mi alma con obras de arte excepcionales. Un centenar de bombardeos de una exhibición de Edvard Munch, me suplicaba entrar. Doce libras fueron gastadas, pretendía olvidarme de la cantidad que en pesos mexicanos representaba. 

Las dos de la tarde “the trains rushed along effortlessly, dancing along the tracks” decía una leyenda en una de las paredes, bajo el nombre “the restless traveller”. Munch era un viajero empedernido, sus viajes eran regulares entre Berlín y París sin cansancio. De inmediato, en esos momentos la frase significaba un tremendo golpe de emociones. Revisé cuadro por cuadro, lectura por lectura, llore intensamente como si el propio artista se hubiese plantado frente a mí para contármelo todo. 

La gripe española lo devastó, lo hizo en cada una de las partes de su cuerpo, sin embargo, su ímpetu artístico le otorgaron la fuerza suficiente para continuar, se puso frente a un espejo justo un año después de haber presenciado lo más catastrófico. 40 millones de muertes le antecedieron por la misma enfermedad, era muy afortunado según sus ideales y comenzó a disolver colores amarillos, negros, blancos convertidos en grises, verde, azul y morado. Exorcizó su pesar y malestar con un autorretrato que lo llevó a ser aún más admirado. 

Poco podía convencerme de ello, ¿quién podría inspirarse cuando se está destruido?, cuando te enteras que millones han muerto por lo mismo que te afectó a ti. Era 1919 en aquel entonces, la humanidad se decía fumigada, el resguardo fue obligatorio, de la soledad surgieron obras maestras, del arte, todo del arte convertido en fuente de maravillosos destellos de paz en medio de un caos casi impenetrable. 

Cien años después la catástrofe de otro virus proveniente de Asia golpea al mundo, sin embargo cada una de las naciones contribuyó a ello, echarle la culpa al continente asiático es un acto de egoísmo y arrogancia. No obstante, ahora, se vislumbra que el enfoque artístico se diluye como las pinceladas de Munch, se observa poco amor hacia lo que representa, se preocupan las masas por seguir consumiendo sin darse cuenta que la luz del sol se refleja en las gotas de las hojas de las flores de los campos. Se llenan los bares en Londres como si no hubieran sido tocados por una enfermedad que sigue exiliando hasta el menos pensado, no importa, mientras exista alcohol. El Centro Histórico de nuevo se infesta de citadinos, se multiplican los contagios. 

¿Qué necesitamos para convertirnos por un instante en Edvard Munch?

Confesiones de turista en: Twitter: @aranx_solleiro, Instagram: @arasolleiro , aranxaas94@gmail.com y https://everywherematters.blogspot.com/  

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Foto: Aranxa Albarrán

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